Javier Milei, el vencedor de las elecciones primarias en Argentina, tiene como centro de su propuesta la dolarización de la economía para acabar con la inflación. El planteamiento generó una gran polémica en América Latina. Este camino ya fue seguido por Ecuador, El Salvador y Panamá. Los frutos de la dolarización en términos de control de la inflación fueron positivos, entretanto, los resultados respecto a conseguir un mejor y más alto crecimiento económico fueron menores.
La dolarización de una economía consiste en reemplazar la moneda nacional, en este caso el peso argentino, por el dólar estadounidense como moneda de curso legal. Esto implica que los precios, salarios, contratos y transacciones se realicen en dólares. En este sistema, el dólar se convierte en la unidad de cuenta, el medio de intercambio y la reserva de valor.
Con un proceso de dolarización, el Banco Central no requiere emitir moneda ni puede controlar la política monetaria. El país, por tanto, pierde soberanía monetaria. Es decir, la economía renuncia a su propia política monetaria y cambiaria, que son instrumentos importantes para regular la actividad económica y responder a los choques externos o internos, por ejemplo. En casos extremos, la dolarización implica cerrar el Banco Central. Esta es la idea de Milei.
Una economía dolarizada queda atada a las decisiones del Banco Central de Estados Unidos, que pueden no coincidir con sus necesidades o intereses del país. Además, resigna la posibilidad de usar el tipo de cambio como un mecanismo de ajuste para mejorar la competitividad externa o corregir los desequilibrios macroeconómicos.
Otra desventaja de la dolarización, además de la pérdida de autonomía monetaria y cambiaria, es que desaparece la opción de prestamista de última instancia del Banco Central. Al dolarizar, el país inutiliza la capacidad de proveer liquidez al sistema financiero ante una crisis o una corrida bancaria, ya que no puede emitir dólares ni actuar como prestamista de última instancia. Esto puede generar una mayor vulnerabilidad e inestabilidad financiera ya que los bancos pueden quedarse sin reservas suficientes para atender los retiros masivos de depósitos. En este caso, el país dependería de la ayuda externa o del Fondo Monetario Internacional para evitar un colapso bancario.
Otra consecuencia negativa es que Argentina podría caer en una fuerte recesión. En una documento reciente, Caravello, Martinez-Brauera y Werning señalan que las consecuencias de dolarizar una economía son una inicial escasez de divisas. El trabajo sostiene que la dolarización “equivale a una ‘frenada repentina’: el consumo de bienes transables cae, el tipo de cambio real se deprecia abruptamente por una caída discreta en los precios y salarios internos seguida de una apreciación gradual de la inflación positiva. Con rigideces nominales, la economía primero cae en una recesión”.
En el caso argentino, la dolarización tendría como objetivo principal controlar la inflación ya que la moneda estadounidense es más estable que el peso. Con la dolarización, la estructura de precios relativos, que ahora están en pesos, se podrán reconstruir en dólares y así recuperar sus virtudes asignadoras del mercado. La dolarización evita la depreciación de la moneda local, lo que puede ser beneficioso para la estabilidad económica. Es decir, el uso del dólar como moneda única elimina el riesgo de fluctuaciones en el tipo de cambio que pueden generar pérdidas o ganancias arbitrarias para los agentes económicos. Esto reduce los costos de transacción y facilita el comercio internacional y la integración financiera.
Pero al dolarizar la economía, el país renuncia al ingreso que obtiene por la emisión de su propia moneda, que se denomina “señoreaje”. Este ingreso representa una fuente de financiamiento para el gobierno, que puede usarlo para cubrir parte de sus gastos o reducir su déficit fiscal. Al perder el “señoreaje”, el país debe recurrir a otras fuentes de ingreso, como impuestos o endeudamiento, que pueden ser más costosas o difíciles de implementar.
En Argentina esta es una de las razones principales para impulsar la dolarización, así se evita que el Banco Central financie el déficit público. En términos más amplios, se quita poder y discrecionalidad a los políticos. Esa es una de las ventajas de adoptar el dólar.
Otra ventaja de la dolarización es que reduce el costo del crédito. El uso del dólar en la economía rebaja la prima de riesgo que pagan los bonos soberanos y los préstamos privados, ya que se elimina el componente asociado al riesgo cambiario. Esto abarata el costo del endeudamiento. Asimismo, se incentiva el ahorro interno y se evita la fuga de capitales hacia el exterior. Entre tanto, en el caso argentino, se parte con una deuda externa gigantesca. Sólo con el FMI es de 44.000 millones de dólares y se registra una fuga de capitales desde hace décadas.
En la Argentina, dada la crisis económica y la poca credibilidad del Banco Central y los políticos, la dolarización podría ayudar a restablecer la estabilidad de precios, que es una condición necesaria, pero no suficiente, para recuperar el crecimiento económico. La dolarización es el camino más difícil y complejo frente a una crisis de inflación muy elevada y un sistema político ineficiente y populista. Entre tanto, hay otros caminos. En 1985, Bolivia paró una hiperinflación, sin dolarizar su economía, en base a un plan de shock que apostó a una nueva moneda, el boliviano, respaldada por un tipo de cambio creíble, una fuerte ajuste fiscal, liberalización de la economía e independencia del Banco Central. El costo social fue muy elevado, pero funcionó.
La dolarización ordena la casa y recupera el sistema de precios, pero seguirán pendientes cambios estructurales que hace décadas Argentina no consigue implementar, como ser: la disciplina fiscal, la diversificación productiva con empleo de calidad, el aumento de la productividad, competitividad y las exportaciones, entre otros. Ahí la tarea todavía es titánica y de largo plazo. Bolivia en los 80 convirtió la estabilidad de precios en un patrimonio nacional, pero no aprovecho para realizar una revolución productiva. Volvió el extractivismo y el rentismo y los precios se mantuvieron bajos gracias a subsidios y no así a una oferta productiva diversificada.