Monday, April 24, 2017

Cebando el carburador

Termina el primer cuatrimestre del año. Tiempo de una primera evaluación de la economía internacional y nacional. Utilicemos los datos recién salidos en el Word Economic Outlook del FMI. El crecimiento económico del 2017 (3,6%) será ligeramente superior al año pasado, lo que muestra una suave recuperación, pero que en momentos de incertidumbre como el actual se convierte en una gran bocanada de aire fresco. 

Según el FMI, el 2018 se dará otro paso modesto en la retomada económica, 3,6%.  Economías avanzadas, como Estados Unidos y Europa, crecerán 1,9% en 2017 y 2,0% en 2018; es decir, 0,1 y 0,2 puntos porcentuales más que en el pronóstico anterior. Países emergentes, como la China, India o Rusia,  registrarán mejores desempeños, crecerán en promedio  a 4,6% en el 2017 y 4,8% en el 2018. Sin duda, un mejor resultado pero también a paso lento y dejando mucho que desear respecto a los resultados de otros años, donde se superaba el 10%. Es decir, la economía mundial anda despacio, cebando frecuentemente el carburador, como se dice en el lenguaje de los amantes de las tuercas. A saber, sobar es soplar en situ esta parte del motor para que el carro encienda con el alto riesgo de tragar buenas bocanadas de gasolina. Además, la economía mundial está amenazada por tendencias estructurales  a la fragmentación del comercio internacional, hecho que se origina  en el surgimiento de nacionalismos proteccionistas en los países desarrollados. Debido a esta situación, los pronósticos de mediano y largo plazo sobre el crecimiento económico mundial no son muy entusiastas.
 
En este contexto incierto y gelatinoso, América Latina apenas crecerá un 0,6% en el 2017, según el FMI.  Las recesiones económicas de Venezuela (-7,4%) y Ecuador (-1,6%)  son las responsables por reducir el promedio. Así mismo,  países grandes como Brasil (0,2%), Argentina (2,2%) o Chile (1,7%) también son determinantes para explicar este débil desempeño de la región.  Para el 2018, las proyecciones son ligeramente mejores, pero nada del otro mundo. La leve brisa de optimismo en el continente se debe a una mejora de los precios de las materias en el mercado internacional. En el 2017, el valor de los minerales subiría en un 3% y el precio del petróleo se estima que aumente en 20%, ambos respecto al año pasado.
 
Tres precisiones en la tendencia regional. 1) La debacle venezolana se explica por la fuerte caída del precio del petróleo en años anteriores y la grave crisis política. 2) El vecino Brasil se mantiene en el fondo del pozo debido a los terribles problemas de corrupción y el derrumbe del edifico de la credibilidad de la política económica. 3) Economías pequeñas como Perú (3,5%), Paraguay (3,3%) y Bolivia (4%) continúan con buenos resultados en el 2017. En el próximo año  los dos primeros países continúan con una leve mejora en el desempeño y el crecimiento boliviano se reduce levemente a 3,7%. FMI dixit.
 
La proyección de un 4% de crecimiento, el más alto de la región sudamericana, hecha por la odiada suegra del FMI, ha despertado el entusiasmo culposo del gobierno, por una parte celebra la bendición numérica del organismo internacional pero reniega de que sea tan bajo, el nacionalismo estadístico nacional sostiene que el crecimiento será superior (4,8%).
 
¿Frente a este posible resultado económico se puede afirmar, como lo  hacen los ascetas del poder, que esto prueba la superioridad del nuevo modelo económico nacional? ¡No tan rápido! No hay duda que las políticas keynesianas de sustentación de la demanda agregada, basada en la fuerte inversión y gasto público, aún están funcionando al igual que en modelos económicos más liberales como Perú y Paraguay. Pero más allá de la fe ideológica y el coro de las consignas debemos preocuparnos con los sacrificios fiscales, financieros y cambiarios que estamos realizando para mantener la llama del crecimiento en el sector público. Lamentablemente, en ciertas actividades privadas  ya se observa una ralentización, como la construcción, por ejemplo.
 
Es más sensato  detectar y actuar sobre una crisis evaluando los síntomas antes que resultados que pueden ser terminales. O sea no hay que esperar una recesión a la Brasil para actuar. En efecto, ciertos focos rojos de la coyuntura económica ya están prendidos, a saber: fuerte déficit comercial, caída de reservas internacionales del Banco Central -parcialmente amortiguada por el préstamo de los mil millones de dólares obtenidos por el Estado boliviano-, cuarto año consecutivo de déficit público elevado (en el 2017 el agujero fiscal llegará al 7,8% del producto), aumento del endeudamiento externo, presión sobre la sostenibilidad  tipo de cambio. El crecimiento económico actual se sostiene con pérdida de ahorro nacional y endeudamiento externo.
 
 Para mantener el producto en torno del 4% al año a futuro, la política económica de corto plazo  tiene muy pocos grados de libertad. Debe escoger entre rezar a los santos de los mercados internacionales para que vuelvan a subir los precios de las materias primas a niveles de hace cinco años o quemar ahorros interno y externo para mantener la burbuja de consumo. Ahora bien, una pregunta que debería estar taladrándonos el cerebro es: ¿por qué después de 11 años de gobierno y haber gastado 60.000 millones de dólares extras (medio Plan Marshall a precios de hoy) no tenemos ninguna fuente adicional de ingresos externos que no sean los recursos naturales? Las exportaciones cayeron en torno de 4.000 millones de dólares y no hay ningún sector alternativo que puede darnos ni 50 millones de dólares. Pero como vivimos al día y lo que interesa es la política antes que la economía, se fuerza el modelo primario exportador, aunque esto signifique sacrificar el futuro. Claro, el pretexto de la conspiración del imperio siempre está disponible para ocultar errores internos de la fiesta del rentismo y de populismo económico, tal vez el ajuste del país a la realidad económica lo tendrá que hacer otro gobierno.

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