Monday, July 9, 2018

Futbol, economía y política

En un Mundial se dice que el fútbol es el substituto sublimado de la guerra. O como supongo que diría Carl von Clausewitz, uno de los principales teóricos de la guerra moderna, desde las graderías de un estadio, el fútbol es una continuación de la política por medio del deporte. En el fútbol, los nacionalismos son bien vistos, más aún, fomentados desde todas las esquinas de la sociedad y sobre todo desde el Estado. En la arena política, los nacionalismos están devaluados. No corresponden a los desafíos de integración económica y democrática del mundo globalizado contemporáneo. 
 Los jugadores son los guerreros de la actualidad y en sus clubes representan la diversidad y el encuentro. Pero cuando se trata de la representación del país, los nacionalismos deportivos no son correspondidos dentro de la cancha. Ciertos jugadores, especialmente las grandes estrellas, están más motivados por las mieles del mercado que por el estandarte de la nación.  La jerga deportiva los acusa de pechos fríos. Los más duros sostienen que, por ejemplo, los equipos latinoamericanos no tienen ningún tipo de vicios: no beben, no fuman, no juegan. 
 El fútbol mueve miles de millones de dólares en la economía.  Cada cuatro años, los países anfitriones de la Copa del Mundo gastan fortunas en infraestructura, equipamiento y organización. 
 En Brasil, el 2014, la construcción de campos de fútbol e infraestructura se convirtió en un esquema brutal de corrupción. Los sobreprecios en las obras, las enormes mordidas y el favorecimiento con negocios a los amiguetes de los políticos fueron prácticas muy comunes. En el país del fútbol apuñalaron a mansalva a la ética y a las reglas del juego.   
 No existen evidencias creíbles de que el Producto Interno Bruto (PIB) de los países que organizaron un Mundial hubiese crecido a raíz del evento. La mayor parte de las investigaciones demuestran que la construcción de estadios de fútbol crea una burbuja de consumo de corto plazo. En el largo plazo, no se incrementa el nivel del salario, ni del empleo  ni sube el valor de las propiedades. Contrariamente, después de organizar grandes eventos, como el Mundial o los Juegos Olímpicos, se presentaron problemas fiscales en los países.
 En una escala menor tendremos que ver más en detalle qué pasó con los gastos de los XI Juegos Suramericanos de Cochabamba. En este caso, el Gobierno buscó usar el evento deportivo para fines políticos, pero el tiro les salió por la culata. La participación de nuestros deportista fue pobre, se desnudó la falta de apoyo del Gobierno a los atletas y la gente, desde las graderías, les recordó a  los dueños del poder que Bolivia dijo No a la reelección por cuarta vez al Presidente, en el referendo del  21 de febrero de 2016. 
 Volviendo al fútbol y su relación con la economía, los jugadores de equipos, como Francia o Brasil, cuestan más de mil millones de dólares y mueven fortunas en publicidad. Los clubes privados actúan como grandes corporaciones empresariales. El fútbol es una actividad altamente mercantilizada. Todo tiene precio en este negocio.  Ciertamente, si Charly Marx viviera en estos tiempos, reformularía su frase de denuncia más fuerte: no es la religión el opio del pueblo, sino el fútbol. 
 A los revolucionarios más feroces contemporáneos, como nuestro presidente Evo Morales, se le chorrean las medias a la hora de hablar de fútbol, que es el sumun del capitalismo concentrador de ingresos. Las principales estrellas del balompie ganan por encima de 100 millones de dólares por año. 
 Asimismo, cabe recordar que la gestión administrativa del fútbol mundial actúa como un oligopolio de federaciones nacionales de muy difícil control. Tanto a nivel local como internacional  se descubrieron serios casos de corrupción.    La guerra del fútbol enfrenta gladiadores modernos, pero lo hace dentro de reglas de juego claras y con árbitros que son, en teoría, imparciales. En el Mundial de Rusia, en curso, se introdujo la tecnología. Los balones con chips y el Video Arbitraje (VAR) buscan ayudar aplicar con más justicia las reglas del fútbol. 
 Un elemento central de la legitimidad en el deporte como en la política es el cumplimento de las reglas de juego. La máxima, en ambos mundos es: certidumbre en las reglas e incertidumbre en el resultado. En los partidos de fútbol, como en las elecciones de un país, cualquiera puede ganar. Como dicen los locutores deportivos: son 11 contra 11 y hay 90 minutos en la cancha, pero terminado el partido, se respeta el resultado.
  Quien ama el fútbol respeta las normas de este juego. Quien ama la democracia respeta la Constitución. Quien usa el fútbol para hacer politiquería se permite dar rodillazos a mansalva en un partido. Se dice que se juega como se vive en la cancha o en la arena política. Por lo tanto, no es sorprendente, por ejemplo, que en Bolivia  los dueños del poder no respeten las reglas de la democracia. 
 ¿Se imaginan que en el Mundial de Rusia, el equipo de Alemania, que fue eliminado en justo partido por Japón, inicie un proceso en la FIFA para anular el resultado del partido porque les hicieron muchas faltas y les violaron los derechos humanos?

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