Monday, April 29, 2013

QUE TRES AÑOS NO ES NADA...



El periódico que ahora está en sus manos ha cumplido tres años de vida. Y como corresponde ha hecho un acto de celebración, donde tuve el privilegio de dirigir algunas palabras en nombre de las columnas/columnistas que sostienen Página Siete. Me sentí honrado y feliz.

A continuación, intentaré hacer un resumen de lo que dije la noche del evento. Me tracé una ruta crítica de cuatro puntos en mi intervención: me pregunté qué era un columnista; abrí el Diccionario de los vientos: recordé un sueño; y le puse datos a una realidad.

Hace muchos años, el director del periódico en el que escribía me propuso que mi columna saliese cada 15 días. Acepté resignado, me consolé: menos trabajo. Cabe recordar que uno escribe por amor al arte, no es una actividad remunerada. Pasados unos meses comencé a sentirme medio “rarito”, que es la forma en que los paceños describimos nuestras angustias, desesperanzas, miedos y fantasmas. En un primer momento no sabía qué me ocurría, lo atribuí al cansancio. También tuve la idea de ir a un psicólogo pero me desanimé cuando supe de sus tarifas. Finalmente, me di cuenta de que estaba con saudade (nostalgia) de mis lectores, me hacía mucha falta mi columna dominical, por lo que llamé al director y le dije a quemarropa: “O me pagas un psicólogo o me dejas volver a escribir cada semana”.

Me devolvió mi trinchera dominical.

Escribir es una forma de exorcizar, con la palabra, los fantasmas –económicos, sociales y personales– que nos agobian. Escrita la columna, el fin de semana se vuelve alegre y leve, especialmente si uno ha hablado mal del Gobierno. Es decir, es una forma de terapia que jabona y lava el alma.

En la transición del viejo y nuevo milenio, allá por el año 2000, se realizó un certamen mundial de ensayos de filosofía con una doble pregunta: ¿liberar al futuro del pasado o liberar al pasado del futuro? Esta interrogante me perseguía en mis noches sin sueño hasta que descubrí el trabajo que ganó el evento mencionado: El diccionario de los vientos de Yvetta Guerasimchuk. La autora sostiene que el vaivén entre el futuro y el pasado es el resultado de la lucha entre los militantes de los vientos (los que aman el cambio, los anemófilos) y aquellos que odian los vientos (los anemofóbicos). Éstos también son conocidos como los guerreros de la quietud, los conservadores de la sociedad, la política y las costumbres.

Me identifiqué inmediatamente con la autora porque soy de Villazón y conozco de soplos, aires, brisas, ventiscas y huracanes. Soy un amante y militante de las nobles causas de los vientos. En mi infancia, en esa ciudad, los vientos de agosto eran tan fuertes que obligaban a mis progenitores a colocar pesos metálicos en mi mochila de escolar y piedras en mis bolsillos para no ser arrastrado. A un par de amigos de esta época se los llevó el viento, se especula que a lugares mágicos.

Para mí, Página Siete es una comarca intelectual de adoradores de los vientos, de la innovación y del compromiso con los lectores; cada mañana, cuando abro el periódico, siento agradables brisas de diversidad, de nuevas ideas, de opiniones inteligentes, rachas de crónicas bien hechas y reportajes frescos, y también, de vez en cuando, aparecen huracanes valientes de denuncias contra los dueños del poder que ahora quieren encarcelar a los vientos.

En suma, un fresco céfiro de democracia, independencia y primavera.

Son estas razones que hacen que comparta visiones, vientos, sueños y realidades con este periódico, que anida en su pecho esta columna.

A este sueño hecho realidad, por deformación profesional, debo ponerle números. En tres años, con el papel, la tinta, las ideas y las letras que se han gastado se podían haber hecho 1.080 libros. El esfuerzo de directores, redactores y todo el equipo de Página Siete, en concreto, se tradujo en la utilización de 2.400 toneladas de papel, 1.800 horas de impresión y 60.000 litros de tinta. El equipo de este periódico ha trabajado sin descanso y ha contribuido con 390 días feriados; 120 personas hacen posible que todos los días nazca el periódico. También, Página Siete ha incursionado en el mercado del ciberespacio, 221.000 lectores entran a la página web al mes, los internautas son de 140 países y el periódico impreso se lee en 23 localidades a lo largo del país.

Parafraseando al tango Volver de Carlos Gardel, “que tres años no es nada, que febril la mirada”, espero que Página Siete siga apuntando al futuro. Se ha avanzado mucho y, tal vez, lo más importante hasta ahora es que se ha logrado una entrada en el “Diccionario de los vientos” de la Real Academia de la Esperanza, que en la página 429 dice: “Página Siete: Viento joven, bueno para refrescar valores, exorcizar autoritarismos y promover democracia de ideas, voces y actitudes”.

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