Sunday, February 23, 2014

Universidades, clústers del conocimiento

Comencemos este domingo con una pregunta a quemarropa ¿cuál es el rol de la universidad en el siglo XXI en un país en vías de desarrollo? Ciertamente, existen decenas de respuestas, pero yo me atrevería a resumirlas en una: en general, una universidad tradicional, pública o privada, presta un servicio de educación, investigación y extensión social.
Un estudiante pasa unos años en una casa de estudios superiores y ésta le acredita un determinado título. Una vez graduado, el alumno sólo mantiene una relación emocional con la universidad. En el mejor de los casos se identificará con su alma mater y punto, porque existe muy poca conexión entre el mundo académico y el desarrollo social o empresarial. Las universidades en los países en vías de desarrollo están escasamente conectadas con su entorno local, político, económico y productivo.
En un mundo cada vez más globalizado, que vive el auge de la revolución de la información y la tecnología, las universidades deben convertirse en clusters con una doble misión: por una parte la creación y difusión  del conocimiento, y, por otra, la promoción-acción de la solidaridad y desarrollo social.
Las universidades deben enraizarse con su entorno y ser las dínamos de parques industriales, de ciudades del saber o, de una manera más general, de territorios inteligentes.  Cabe recordar que un clúster es un conglomerado de actores empresariales, gubernamentales, universidades, proveedores, centros de investigación, colegios que coordinan y compiten en un determinado sector. Pueden existir clúster del turismo, de la biotecnología o del vino.
En este caso, un clúster del conocimiento agrupa a actores del saber, la investigación, la creatividad, la innovación, la enseñanza, la ciencia y la tecnología. Es decir, todos los nodos de la cadena de producción, de la generación de valor científico y de la difusión del saber teórico y práctico.  En este contexto,  las universidades son los espacios por excelencia para iniciar e incubar los clúster del conocimiento.
Además, en países como el nuestro, el desafío es que los clúster de la investigación y del saber también promuevan la solidaridad y el desarrollo social a través de múltiples programas. Las nuevas ideas, la enseñanza y la investigación tecnológica, algunas de las tareas de las universidades, deben sintonizarse con las necesidades de diversa índole de la base de la pirámide social, no como acto de filantropía sino como un apoyo a la productividad y competitividad de un país.
Las universidades como clúster del conocimiento asignan nuevos roles a todos los actores, pero en especial a los profesores y alumnos, y tal vez éste es el cambio más desafiante. En esta nueva era el catedrático magistral da paso al profesor-entrenador, que inspira, provoca y revoluciona el binomio enseñanza-aprendizaje.
El maestro tradicional  se convierte en el agitador creativo e innovador en aula y fuera de ella. El profesor de tiza y pizarra enriquece sus clases con las tecnologías de la información y la comunicación en el proceso educativo, se convierte en un nativo del internet.
A su vez, el alumno abandona su rol de sujeto pasivo en la enseñanza para desarrollar su espíritu emprendedor, además construye sólidos principios éticos y consolida fuertes bases ciudadanas. En este nuevo modelo se invierten los roles y la experiencia académica. Los alumnos aprenden en las plataformas de la nube del internet, debaten y practican en las salas de aula, experimentan en los laboratorios y luego simulan lo aprendido  en sus computadores en redes mundiales.
Con los cursos en línea los profesores se instalan a tiempo completo en las casas de los estudiantes. En la era cibernética, las bibliotecas del mundo se abren para profesores y alumnos. Obviamente, los otros actores público-privados del clúster también deben cambiar incorporando el chip de la innovación y competitividad.
Concebidas las universidades como clúster del conocimiento y de la solidaridad,  éstas pueden ser partes dinámicas de parques industriales y territorios inteligentes. El sustento conceptual de un conglomerado del conocimiento son las economías creativas de base local.
Los territorios inteligentes son espacios urbanos que buscan alinear competitividad económica, cohesión social y sostenibilidad ambiental. En los territorios inteligentes habitan grupos sociales e instituciones creativas, colegios y universidades, que son la energía y motores de las economías creativas.
Una economía creativa puede estar vinculada a la ciencia, la tecnología, el arte, la historia, los medios de comunicación, la cultura, el turismo, los servicios financieros, la arquitectura, el entretenimiento, la gastronomía, el activismo social, etcétera. En los territorios inteligentes habitan los clúster del conocimiento y ésta es una manera innovadora de encarar el desarrollo local, de ver el tema productivo vinculado a la revolución tecnológica y social. En los territorios inteligentes, la acción del Estado, local y/o nacional, es fundamental.
Gonzalo Chávez A. es economista.

Sunday, February 16, 2014

ARGENTINA CAMINANDO EN CIRCULOS


Viví buena parte de mi infancia y primera adolescencia en Villazón frontera de un libro texto con La Quiaca. Un rio y su respectivo puente separan a las dos ciudades. En la escuela Cornelio Saavedra, donde estudié, todos los lunes en la hora cívica contábamos, a voz en cuello, el himno nacional que se escuchaba con claridad en La Quiaca. La escuela Sarmiento nos respondía con igual ahínco entonando a Palito Ortega en su homenaje a la azul y blanca. En los años sesenta, Villazón era la ciudad de donde distribuían los vientos al mundo, vivía empolvada y la ciudad vecina era un ensayo cercano del primer mundo con todas sus calles asfaltadas y limpias, su comercio sofisticado y sus restaurantes con aires Europeos. En 1914, Argentina tenía un PIB per cápita mayor que Alemania y Francia y Bolivia era uno de los países más pobres del mundo. A pesar de las grandes diferencias, ambas localidades fronterizas compartían muchas cosas, amigos, amores, rivalidades, pero sobre todo, variaciones del tipo de cambio.
En ciertos periodos, en la mesa de mi casa desfilaban con abundancia y garbo los bifes de chorizo, los cremalines, los alfajores, el buen vino Toro y el dulce de leche Sancor. En la sobre mesa escuchábamos Radio Rivadavia y leímos Billiken y las Aventuras de Patoruzu. Repentinamente, cambiaba esta geografía alimenticia y de entretenimiento. De repente marchaban puño en alto, los productos nacionales: el dulce de membrillo de doña Hortencia, un vino patero de la chura Tarija y el bife altiplánico a la James Bond, duro, frio y con nervios de acero. Nuestra lectura era Presencia Juvenil y las tiras cómicas de El Diario, con noticias y chistes atrasados. Las constantes devaluaciones o revaluaciones del peso argentino respecto al dólar eran las responsables de los cambios de dirección del comercio fronterizo y por lo tanto de la canasta familiar.
En los últimos 50 años, es sorprendente la frecuencia de las crisis cambiarias en la hermana República de la Argentina como se dice en el Sur del país. En los años sesentas hubieron varias. Más recientemente se produjo una debacle durante el gobierno de Isabel Perón (1974-1976), cuando la moneda se devaluó en 150%. A este episodio se conoció como el Rodrigazo.
La siguiente crisis cambiaria tuvo lugar en 1981, durante la dictadura de Videla, que encareció la moneda norteamericana un 226%. El desajuste cambiario más grave se produjo en 1989, cuando estalló una hiperinflación. El dólar subió el 2.038%.  En el 2002, nuevamente el peso se devaluó y el precio del dólar aumentó en 241%. Ahora, en enero del 2014, la historia se repite, el dólar se encareció el 23%. Si bien esta crisis cambiaria no se compara con las anteriores, Argentina siempre vuelve al mismo lugar, es el eterno retorno.
Existen muchas teorías que buscan explicar las causas de las crisis cambiarias. Entre las más importantes están 1) desajustes en la balanza de pagos, ya sea por la reducción de exportaciones o la salida de capitales;  2) ataques especulativos contra la moneda; y 3) una combinación de las causas anteriores. En todas las crisis argentinas se presentan esos fenómenos y la historia siempre es parecida. Se produce un shock de ingresos positivos que puede ser debido al aumento de los precios de los cereales o la carne, a mayores inversiones extranjeras, a incrementos del crédito externo o una combinación de estos. La bonanza externa provoca una apreciación del tipo de cambio real y se inicia un ciclo de expansión populista, con un fuerte incremento de los gastos. El tipo de cambio nominal se mantiene fijo porque ayuda a controlar la inflación provocada por el exceso de demanda. Es el momento de las vacas gordas, asalariados, rentistas y gobierno están contentos. Este último en su entusiasmo expansionista incurre en déficits fiscales y en cuenta corriente. Entonces el tipo de cambio comienza a tambalear. Por un tiempo Argentina recibe créditos externos para paliar los desajustes macroeconómicos, pero esto dura poco, los acreedores pierden confianza y comienzan a retirar sus capitales. Una vez que la inflación se dispara debido a las presiones de demanda, el Banco Central incrementa las tasas de interés locales para frenar los precios y retener capitales. El ancla cambiaria ya no asegura la inflación, el tipo de cambio real sigue apreciándose y se hace insostenible. Frente a estos problemas empresas y personas huyen de los pesos y compran dólares, muchos de estos salen del país, comienza el ataque especulativo. El gobierno busca controlar con medidas administrativas el tipo de cambio, pero la confianza se debilita y al final se devalúa el peso. Está instalada la crisis cambiaria. El fenómeno se repite cada 10 años aproximadamente. La Argentina prospera de inicio del siglo XX va cuesta abajo en la rodada” como dice el tango, que dígase de paso es una gran invención cultural de nuestro vecino y prueba que es capaz de grandes contribuciones a la humanidad. Para terminar un pequeño comercial ya tengo twitter @GonzaloChavezA

Monday, February 10, 2014

Mis deudas con Prescott, Nobel de Economía

En los años 90 participé en un par de oportunidades en las reuniones de la Sociedad Latinoamericana de Econometría (SLE).  La última fue en Punta del Este, Uruguay, donde presenté un trabajo sobre la variabilidad de los precios relativos durante la hiperinflación boliviana y  tuve la suerte de conocer a Edward Prescott,  que en  2004 ganó el Premio Nobel de Economía. 
Sin duda lo más relevante de mi viaje fue mi encuentro con Prescott, quien fue el invitado especial del evento. Me crucé en tres oportunidades con este afamado economista: en la charla central del seminario, en la ruleta del casino público de Punta del Este y en el Aeropuerto de Ezieza, en Buenos Aires.  
En aquella oportunidad el profesor Prescott disertó sobre la macroeconomía dinámica; es decir,  la consistencia en el tiempo entre la política económica y las fuerzas impulsoras que están detrás de los ciclos económicos. Algunas de estas ideas le valieron el premio sueco. 
El encuentro de la  SLE fue en junio, la ciudad balneario vestía un gris abochornado y cobijaba sólo a algunos turistas de seminarios que aprovechaban la temporada baja para reunirse y discutir diversos tópicos, desde las causas de las ñañaras en el occipucio y las falangetas, hasta las estrategias de venta para amas de casa. 
La última noche del encuentro, gambeteando las ráfagas de frío que venían a mansalva del mar, varios de los participantes del evento fuimos al casino. Una tropa de choque de estadísticos y economistas invadió las mesas de juego dispuesta a probar que no existía la suerte y que los resultados de la ruleta podían ser previstos con un buen modelo econométrico. 
Uno de los más entusiastas era el profesor Prescott  que, computadora en mano, hacía sus apuestas.  Yo estaba verde de susto ante tanta ciencia alrededor de la ruleta, pero al colocar mis fichas ponía cara de quien había hecho decenas de cálculos probabilísticos. 
¡Pura facha!  En honor a la verdad, elegía los números pensando en los cumpleaños de mi familia. Al principio todos perdíamos como en la guerra,  pero de repente le comencé a ganar a la casa. Primero fueron 10 dólares y transcurrida una hora, de pérdidas y ganancias, tenía 80 verdes en el bolsillo y el pecho inflado como una huminta cochabambina. 
Prescott me miraba sorprendido y, antes que se me notase que sólo era un suertudo del demonio, me retiré de la mesa con un aire de que mi modelo de previsión estadístico había sido un éxito. Por supuesto que festejé el hecho con un entusiasmo que muy rápidamente se comió mis ganancias extraordinarias y salí del casino sin un peso, pero feliz y templado, llevaba un verano de la mejor pura malta en las venas, así que Punta del Este se iluminó a medianoche.
Al día siguiente, el bus que nos conduciría a Montevideo salía a las siete de la mañana, debía tomar un vuelo a La Paz  al inicio de la tarde con una prometedora escala en Buenos Aires. 
La suerte de la noche anterior y el festejo por haberle ganando a un casino público sólo me permitieron despertar a las nueve de la matina. El despertador que puse se había quedado ronco y yacía en el suelo derrotado por mi sueño pendenciero. Felizmente me había dormido vestido y salí como satanás que huye de la cruz. 
En la recepción del hotel me informaron que la única forma de llegar al aeropuerto de Montevideo a tiempo era tomando un taxi, cuya carrera costaba los únicos 100 dólares que tenía en mi cartera, en la época aún no era sujeto de crédito, por lo que no tenía ni tarjeta ni teléfono celular. 
Milagrosamente llegué, tuve que tocar la puerta del avión y felizmente pude embarcar. Desperté en Ezeiza con un hambre caballar, así que hinqué el diente, sin medida ni clemencia como dice el vals peruano, a un sabroso bife de chorizo con papas fritas en el restaurante del aeropuerto.
Como no podía ser de otra manera, la carne estaba espectacular, temblaba frente a mí de tan blanda que estaba. Tuve una epifanía gastronómica. Pero cuando la digestión me invitaba a hacer una siestita de rigor, recordé que no tenía ni un centavo. 
Cuando me disponía a llorar y a ofrecerme a lavar los platos por mi deuda, vi una luz blanca que bajaba del techo e iluminaba al profesor Prescott en una mesa cercana. Me entró el alma al cuerpo, me puse el gafete de identificación del encuentro de econometría en el medio del pecho y encaré a quemarropa al futuro Nobel de Economía. 
Estaba tan satisfecho con mi bife de chorizo que el inglés me salió perfecto. Me identifiqué y le pedí prestados 10 dólares, que eso es lo que había costado mi platito. Me reconoció como el afortunado de la mesa de ruleta y, de manera muy amable, me prestó el dinero y me comentó que no debía agradecerle a él, sino a los desequilibrios de la cuenta corriente de la Argentina y a los frecuentes desajustes que causaban las políticas macroeconómicas populistas de América Latina, que había causado una devaluación del peso y, consecuentemente, rebajado el precio de mi carne.
 Llegando a La Paz le envié un cheque a Prescott que me costó más que el valor de la deuda. Nunca supe si le llegó. 
Hoy como ayer se produjo una nueva devaluación del peso frente al dólar. Argentina se barata y ciertamente existe el riesgo de que nuestras importaciones legales e ilegales de bifes de chorizo y otros bienes del vecino país aumenten, lo que puede ayudar a bajar la inflación local, pero también podría perjudicar, una vez más, a la industria nacional.

SI SALIO TARDE, ES CULPA DEL CHOFER

En los próximos meses, la ciudad de La Paz contará con dos sistemas de transporte masivo de carácter público. Por un lado tenemos a los buses PumaKatari, ofrecidos por la Alcaldía municipal, y, por el otro, el teleférico, obra impulsada por el Gobierno central. 
Aunque con características muy diferentes, ambos proyectos buscan aliviar la pesadilla en que se ha convertido el transporte público paceño, controlado por sindicatos abusivos y de características monopólicas. 
Si bien las tarifas son relativamente baratas, la calidad del servicio es pésima. En efecto, en este ámbito nos llevamos la flor y su olor. El transporte, en todas las ciudades de Bolivia, es una mezcla de realismo mágico con tragedia griega. Subirse a un minibús es una experiencia surrealista, especialmente en la parte occidental del país.
A las siete de mañana, la temperatura natural del colectivo es superior a los 24 grados, un espacio acogedor que nos transporta al trabajo, protegiéndonos del frío polar de la calle. La calidez hace olvidar los ecos aromáticos de la larga noche de los pasajeros. Uno viaja con 20 desconocidos, casi abrazados como hermanos, pero sin dirigirse la palabra. Cultivando, en equipo, todas las dolencias posibles de la espalda.  El afán de llegar a tiempo y la planificación mental del día amortiguan la gran incomodidad del sube  y baja de los pasajeros. Al mediodía, las cosas cambian y el minibús se convierte en un ensayo del infierno. 
"La calor” quema por todas partes y abrir una ventana se convierte en una tarea hercúlea, apta sólo para mastucos. La sauna seca móvil, especialmente si usted está sentado en la parte trasera, convierte a todos en pollo a la broaster.
Uno sale levemente hervido, en su terno o vestido, a sentir el chiflón de media tarde que azota los músculos. Me imagino que en las ciudades tropicales del país, los minibuses, la mayoría chutos, se convierten en peceras andantes. El minibús tiene todo el poder en las calles en nuestras ciudades. Chofer y transeúntes rasgan a cada minuto el Código de Tránsito. Todo vale en la selva de cemento. 
Tal vez la historia que refleja lo anterior es la siguiente: En el medio de una avenida, el pasajero que quiere bajar sólo debe decir el ábrete sésamo nacional: "Maestrito, ¿puedo aprovechar?”. La respuesta a la contraseña del desorden es: "Aproveche nomás, joven”. Después, con postura de matador de Viacha, a torear carros. Uno de los deportes nacionales que la cebras paceñas no han podido revertir. 
Además de música ambiente, el transporte público nacional brinda un servicio de literatura popular rápida en ventanas y parachoques. Entre mis frases preferidas está un clásico: "Si salió atrasado no es culpa del chofer”, o "No escupa, aquí no se aceptan pollos”. Para los románticos hay las siguientes perlas: "Aunque te duela soy el number wan”. O consejos más sabios: "El dinero no trae felicidad, pero ayuda a sufrir en París”; "Quien inventó la distancia no conoce la nostalgia”. O mensajes para nuestro Presidente como: "Discurso debe ser igual a minifalda, cuanto más corto mejor”. O la frase más masoquista: "En este micro no se gana, pero se goza que da calambre”.
El servicio de transporte urbano, además de incómodo, es de muy baja productividad. En Bolivia y en América Latina un trabajador pasa, en promedio, tres horas al día yendo de su casa al trabajo y viceversa.  Pasa más de un tercio de su tiempo en una actividad improductiva.     
 En este contexto adverso, el PumaKatari y el teleférico han creado una enorme expectativa y esperanza en la población, aunque resulte de un pugna política entre dos partidos políticos: el MSM y el MAS. 
Pero, para que este sistema sea eficiente y mejore la calidad del servicio, ambos medios de transporte deben ser complementarios entre sí y también con el transporte privado.  Para esto las economías de red deben funcionar. En términos conceptuales, los efectos de red funcionan cuando un bien o servicio depende del número total de consumidores o usuarios que hacen uso del mismo o de bienes similares.
En el caso del transporte, las economías de red se generan cuando se integra la infraestructura de transporte mayoristas (el PumaKatari o teleférico) con el transporte minorista (trufis y minibuses). En otras palabras, las economías de red se presentan cuando se pueden diseñar líneas regulares de tipo "centro radial” (hub-and-spoke). 
Imagínese, amable lector, telarañas, en las cuales se tienen nodos principales (hubs), que se conectan entre sí mediante vehículos de gran capacidad, como el transporte público en construcción, pero a su vez estos hubs se vinculan con un conjunto de nodos secundarios (barrios periféricos), que son servidos mediante vehículos más pequeños, los minibuses. 
 En este modelo, si el PumaKatari y el teleférico transportan más gente, los minibuses transportarán más pasajeros a los nodos secundarios, lo que aumentará sus frecuencias, que, a su vez, permitirá a todos los usuarios reducir sus tiempos de espera y un mejor ajuste de la oferta a las preferencias en términos de horarios. 
El resultado podría ser un mejor servicio y ganancia para todos.  Y así, al ser los viajes más cortos y rápidos, tal vez la experiencia surrealista descrita en los minibuses podría convertirse en un paseo sin estrés. Yo sólo pediría que no pongan la música chicha y sí a Leo Dan.
   

La dolarización, pros y contras

Javier Milei, el vencedor de las elecciones primarias en Argentina, tiene como centro de su propuesta la dolarización de la economía para ac...