Sunday, October 30, 2011

La Economía del Sabor

Hace unos 15 años, cuando uno anunciaba un viaje a la Lima de abolengo y fina estampa, las recomendaciones eran sobre seguridad. “No vayas a tales barrios. No circules por las calles después de las nueve de la noche”, eran los encargos que se repetían. En la actualidad, cuando se comenta una visita a la Lima cosmopolita, las expresiones son una mezcla de sana envidia y agua en la boca. La primera reacción del interlocutor es “vas a comer rico”, seguida de recomendaciones de algún restaurante y/o, mejor, de algún apetitoso plato. “No olvides comer un chupe de camarones en el Pez-On; los piqueos y las causas de cevichería La Mar son insuperables; las pachamancas y el lomo salteado del Panchita son bárbaros; los ceviches del restaurante Pescados Capitales son imperdibles; el ají de gallina de la Gloria te va a dejar mudo por una semana; los picarones y suspiros a la limeña del Cala son maravillosos. Ahora, si tienes un paladar más fino, el salmón del Rafael es un sueño de bueno o el seco de Astrid y Gastón gana cualquier concurso”. Mucha gente en el mundo conoce y aprecia la calidad de la comida peruana. Un reciente estudio de la Sociedad Peruana de Gastronomía dice que el 42% del turismo que va al vecino país tiene orígenes gastronómicos. La cocina peruana atraviesa por un boom mundial. Se ha creado un cluster creativo en torno de la comida y los alimentos, que se ha acoplado a la ya dinámica industria del turismo. Veamos algunos números de la gastro(eco)nomía. En el año 2010, los restaurantes y hoteles participaron con un 4% en el producto interno bruto (PIB) del vecino país. Algo como 1.500 millones de dólares al año. En los últimos diez años, el crecimiento de estas actividades estuvo a la par del desempeño del producto, es decir, registraron tasa de crecimiento cercana al 10% al año. Aproximadamente, 350 mil personas trabajan directamente en la industria del sabor (chefs, cocineros, garzones y otros) y están formalmente registrados 66.000 restaurantes, de los cuales la mitad se encuentra en Lima. Pero la comida peruana no es solamente un fenómeno de mercado local, existen 70 franquicias de restaurantes peruanos que han abierto sucursales en 16 países, sólo en Estados Unidos existen 400 locales de comida peruana. La gastro(eco)nomía está conectada a la industria del turismo, que recibe dos millones de personas al año, generando un movimiento económico de 2.500 millones de dólares. La “revolución gastronómica peruana” ha generado una proliferación de escuelas de cocina. En Lima ha abierto una sucursal el prestigioso Cordon Blue. La carrera de cocina se ha convertido en una profesión de moda e incluso se ofrecen varios posgrados. El cluster de la comida vincula a mucha gente. Al campesino que sembró las papas para la causa o el agricultor que cosechó los limones para el ceviche o crió los terneros para el filete. La gastro(eco)nomía también impulsó el prestigio de los productos peruanos. De hecho, la agroindustria exportó cerca de 2.000 millones de dólares en verduras y frutas. Los productos estrella son los espárragos con 280 millones de verdes y los mangos que se venden en un valor cercano a los 60 millones de dólares. En la cadena de la industria gastronómica también interviene el pescador que cogió los peces y los mariscos para las sopas marineras. No hay que olvidar a las centenas de camioneros que transportan los alimentos a los mercados, supermercados o vendedores. Los cocineros y mozos que hacen llegar los platos a la mesa. A este cluster están vinculados, directa o indirectamente, casi dos millones de peruanos –cinco millones si contamos a sus familias- que dependen del sector de la alimentación. A esta cadena productiva también está vinculada la industria de la madera, metal-mecánica y los electrodomésticos, con productos como las mesas, sillas, cubiertos, todas las doras y cocinas. La industria de la cerámica y vidrio, con platos, vasos, floreros. La manufactura y confección con manteles y servilletas. Además todos los servicios de marketing, propaganda y creatividad. La mayoría de estas industrias con un fuerte componente nacional. Con un cluster como éste se resolvería el problema del empleo en Bolivia. Sin duda el éxito de esta cadena productiva está vinculado a liderazgos innovadores como el de Gastón Acurio, una especie de Steve Jobs de la cocina peruana que tuvo la visión y el empuje de convertir a la culinaria del vecino país en una de las actividades más apetitosas y competitivas del mundo, compitiendo con la prestigiosa cocina francesa. El Gobierno también apoyó de manera significativa la industria gastro(eco)nómica, promocionando la comida peruana en el mundo y apoyando al sector agropecuario. No es casualidad que esta semana, el gurú de la competitividad, Michael Porter, se haya reunido con el presidente Ollanta Umala, para seguir apoyando al cluster del sabor, que rescató la tradición de la culinaria andina y, a base de la creatividad, la impulsó a una dimensión internacional. Pero tal vez el hecho más interesante es que la gastronomía se ha convertido en un factor de amalgamiento social, de identidad cultural y de orgullo nacional. El 95% se siente orgulloso de su comida. Los peruanos están unidos por la barriga, lo cual es gran avance.

Sunday, October 9, 2011

El voto TIPNIS

La política está nuevamente en las calles, más precisamente en las carreteras, inclusive, en su clave simbólica, transita por las no carreteras, se mueve por el imaginario social de mano de las percepciones de la gente, algunas inducidas y otras no. Un camino que no existe ha puesto en movimiento a los ciudadanos (as) del país. Buena parte de la población apoya la marcha de los indígenas de las tierras bajas que se dirige a La Paz, impulsados unos por la indignación y la solidaridad, y otros por la convicción de que otro desarrollo económico y social es posible, aquel que no daña el medio ambiente. Otra parte de la sociedad que responde a la miel del poder y/o que cree que el progreso pasa por un camino, ha decidido realizar una contramarcha. Una ruta que no existe, que por definición debía unir geografías, culturas, vidas, esperanzas, viene provocando desencuentro, enfrentamiento, intolerancia e inclusive convoca a la pálida muerte, quien coqueta y solícita coloca sus mejores galas y zapatos para caminar por la estrada que no existe. La carretera que no existe, que en el trazo teórico une Villa Tunari con San Ignacio de Moxos, ha tenido la virtud de tender puentes virtuales, construir caminos secundarios, tierra solidaria y autopistas expresas de identificación que han unido a mucha gente en el país y el mundo. Los ojos de corazón de muchas personas han descubierto tierras y rostros antes lejanos. Un camino que no existe ha rescatado a la ciudadanía que estaba exiliada en el miedo, acurrucada en la indiferencia, sentada en la cómoda poltrona del consumismo. Una estrada que no existe ha sacado a mucha gente de la borrachera ideológica que era alimentada por el trago de la propaganda oficial. Una vía que no existe ha abierto nuevas sendas para el reencuentro entre todos. A través de un camino que no existe, el TIPNIS ha hecho realidad el concepto “glocal”, un hecho local que se globaliza gracias a la solidaridad y la movilización ciber-ciudadanos que sueltan su voz en las nubes-redes del internet. En efecto, una carretera que no existe ha comunicado el TIPNS con Río, Nueva York, París y Tokio. La solidaridad nacional e internacional hizo lo que nunca harán los tractores del progreso populista: unir sin destruir. Un camino que no existe está llevando al Gobierno de la gloria de la legitimidad a los difíciles pantanos de la ingobernabilidad. Pero a pesar del campanazo de alerta de la sociedad, la carretera que no existe continúa siendo bloqueada, con las piedras de la intolerancia, con los troncos de la intransigencia y las zanjas profundas del autoritarismo, por aquellos que en el pasado también bloquearon, aunque por causas más nobles. Un camino que no existe también debería permitir que el Gobierno reconduzca sus acciones. Una estrada que no existe ha permitido el tránsito de nuevas ideas sobre desarrollo, nos está dando la oportunidad de repensar, conjuntamente la población del lugar, fuera de la caja, es decir fuera del parque, una estrategia de desarrollo local, donde el camino es apenas una parte de la solución integral para los problemas de salud, educación, empleo y bienestar de la región. El TIPNIS, corazón del turismo ecológico, el primer parque tecnológico de biodiversidad y estudios del medio ambiente. Una carretera que no existe nos está dando la oportunidad de construir otro camino que no dañe el medio ambiente y sí lleve mejores días para la población del lugar. En suma, el camino que no existe abrió muchas vías, sendas, pasos, calzadas, avenidas, calles para que la sociedad se reinvente, renueve su espíritu democrático. Por eso mi apoyo al TIPNIS sale del parque y se conecta con otras esferas de la política y la ciudadanía. Por eso doy mi voto por el TIPNIS. Con mi mejor letra, lograda frotando colas de lagartijas de las pampas de Villazón, escribiré TIPNIS con “tinta sangre del corazón” donde pueda, en las paredes de mi ciudad, en los manifiestos de apoyo a los marchistas, en las ventanas virtuales del Facebook y en la papeleta de sufragio de las elecciones del Poder Judicial. Escribiré de esquina a esquina, TIPNIS, para que no crean que me pueden fumar en kullo pipa. La marcha por el TIPNIS permitió ratificar mi convicción por la democracia y mi repudio a la cachaña política, además me dio fuerza para afirmar que no creo que se pueda elegir entre aquellos, que los nuevos dueños del poder, ya eligieron. Con mi voto tampoco permitiré que se abra una carretera institucional y jurídica a gusto y semejanza del poder, creándose así las condiciones para seguir talando los árboles de los derechos humanos y civiles, matando los pájaros de libre expresión, acabando con el agua que alimenta la libertad, terminando con la división de poder que se fundamenta para la preservación del Estado de derecho. No creo en este camino amañado para cambiar la justicia en Bolivia, al igual que en el TIPNIS, estoy convencido que hay otras rutas que se debe seguir preservando la ecología de la democracia y apostado a un cambio real en el Poder Judicial, que se base en su independencia.

Tuesday, October 4, 2011

El Estado K'ollo

La brutal represión contra la marcha pacífica de los indígenas de tierras bajas marca un punto de inflexión en la política. No es el único, pero sin duda es más fuerte y con alto contenido simbólico. En estos días de dolor, de indignación, quiero concentrarme en el punto de quiebre que se ha producido en el sistema de gobernabilidad vigente desde el año 2006, con la elección del presidente Morales.

A mediados de los años 80, con la recuperación de la democracia, los partidos políticos eran los instrumentos de mediación entre los intereses de la sociedad y el Estado. Estos, durante más de 20 años, a través de diferentes pactos políticos, consiguieron ciertos grados de gobernabilidad lo que permitió equilibrios políticos y la implementación de un modelo de desarrollo económico fuertemente concentrado en la acción del mercado y el sector privado. Eran los tiempos de la democracia pactada. El desmoronamiento de este sistema comenzó cuando los partidos políticos tradicionales se alejaron de la sociedad y convirtieron al Estado en un espacio de arreglos espurios y clientelares que sólo reflejaban intereses de ciertas élites políticas y económicas.

La ruptura entre la sociedad y los partidos políticos llevó a una crisis grave de gobernabilidad que posteriormente se convirtió en una crisis estatal. Las luchas intestinas entre caudillos, un modelo económico que no atendía las necesidades de la gente y un descrédito profundo de la clase política produjo la desaparición de este sistema.

Con esperanza, a partir del 2006, la sociedad boliviana votó masivamente por una alternativa política que prometía un nuevo sistema de gobernabilidad. Los intereses de la sociedad se reaglutinaron en grupos corporativos, los movimientos sociales. La voz política se legitimaba a través de sindicatos, comités regionales, agremiaciones, juntas vecinales, entre otros. La mediación entre sociedad y Estado pasaba por estos grupos.

El poder político del MAS se sustentaba en un pacto entre diferentes corporaciones, conocido como el Pacto de Unidad, que en un principio tenía su referencia aglutinadora en los grandes temas nacionales como: la nacionalización del sector de hidrocarburos o la elaboración de una nueva Constitución Política del Estado. Entendida esta última como un gran pacto social entre estos movimientos sociales. Era la oportunidad para la construcción de un nuevo bloque histórico que desmontaría el neocolonialismo y neoliberalismo. La Constitución era el plano arquitectónico que debería ser la guía para la construcción del nuevo Estado.

Elaborada la nueva Constitución y atendidas varias de las reivindicaciones en la letra muerta de la Carta Magna. Poco a poco los movimientos sociales colocaron en un segundo plano el horizonte de los intereses nacionales y comenzaron a buscar la materialización del pedacito del paraíso ofrecido por el proceso de cambio. Pasó el momento de la retórica y la poesía jurídica, comenzó el juego bilateral, entre corporaciones y Estado. La lucha por las rentas se puso más dura en un contexto de hiperinflación de expectativas. Se inicia la disputa por los pedazos de la felicidad económica instantánea que el Gobierno había prometido. No se puede atender a todos y el oficialismo está frente a la difícil tarea de priorizar las demandas de los movimientos sociales. ¿Quienes serán los elegidos? ¿Qué criterios utilizar para escogerlos? ¿Lealtad, capacidad de cuestionamiento al poder, capacidad de presión?

En el fondo, el tema del Tipnis es uno de los primeros choques entre dos movimientos sociales que tienen visiones y prácticas muy diferentes del desarrollo económico y manejo del ecosistema por ejemplo. Por una parte, los colonizadores y cocaleros apuestan a las carreteras para integrarse a un mundo cada vez más capitalista y globalizado. Por otra parte, las organizaciones de las tierras bajas optan por un desarrollo conservacionista del medio ambiente, buscando proteger sus tradiciones e intereses económicos. Frente a esta disputa, el Gobierno optó por los colonos y cocaleros, una especie de guardia Pretoriana del proceso de cambio, pero al hacerlo clavó un filoso puñal en el corazón del sistema de gobernabilidad político basada en los movimientos sociales. El conflicto del Tipnis podría ser el inicio de la erosión de las bases de la gobernabilidad. A partir de la intervención de la marcha nada será igual.

Todo indica que la conflictividad en el país volverá a sus cursos del pasado. Los problemas de gobernabilidad podrían, muy rápidamente, convertirse en crisis estatal. Y según los últimos datos sobre la caída de los precios de las materias primas, la economía ya no ayudaría a atenuar la crisis política como en el pasado inmediato. El peligro es volver al Estado K’ollo, un Estado que no avanza ni da vida a una nueva sociedad.

La dolarización, pros y contras

Javier Milei, el vencedor de las elecciones primarias en Argentina, tiene como centro de su propuesta la dolarización de la economía para ac...