Disfruto de una vida entretenida y salvaje. Tengo hijas(o) y sobrinas(o)
adolescentes que cada día me echan en cara, sin medida ni clemencia, su
juventud y, lo que es mejor, me contagian su alegría desenfrenada. A
continuación presento un testimonio. No pretendo hacer ninguna
interpretación, menos aún ser prescriptivo. Esto es simplemente
imposible. Cada caso es un caso. Una cosa es una cosa, y otra cosa es
otra cosa. Y una cosa lleva a otra cosa. En todo caso, no hay peor cosa
que no hacer caso a un púber.
El pueblo adolescente es esencialmente populista. Está absolutamente
convencido de que agua, luz o teléfono tienen una oferta infinita y son
servicios gratuitos gracias al proceso de cambio desde tiempos
inmemoriales. Como los adolescentes son el centro del universo, todas la
luces de la casa deben prenderse a su paso y no apagarse nunca más;
además su cotidiano necesita de una eterna banda sonora, por lo que en
cada cuarto de la casa debe tener encendido, a todo volumen, una radio,
iPod, tocadiscos, televisor y cualquier aparato que haga mucho ruido.
Luz, sonido, acción es la consigna. Inclusive, recordando un viejo
chiste sobre argentinos, si hay una tempestad con rayos, es porque la
naturaleza le está sacando fotos con flash. Un adolescente es como un
argentino-porteño a tiempo completo.
Un adolescente que se respeta, deja correr el agua caliente por lo menos
media hora antes de entrar a la ducha, hasta que el cuarto se convierta
en sauna a vapor. Los baños pueden prolongarse por horas. Sospecho que
estos jóvenes actuales son como las víboras, se sacan la piel, la
jabonan hasta sacarle brillo y se la vuelven a poner.
¿Y las llamadas telefónicas? Éstas pueden durar noches enteras. Los
asuntos son infinitos e insondables. En una oportunidad, una de mis
hijas habló a Alemania por seis horas, creyendo que era llamada local.
Pagué un ojo de la cara, encima tuve que poner cara de tuerto feliz.
Contrariamente a la total fluidez comunicacional entre jóvenes, que un
adolescente responda a una llamada de celular de sus progenitores,
especialmente si está en una fiesta, es una tarea simplemente imposible.
Conjeturo que cuentan con la complicidad de las empresas telefónicas,
sean éstas privadas o públicas. Los pretextos son espectaculares: un
árbol cayó en la antena de la empresa telefónica justo en el barrio de
la pachanga, el servicio es malo porque nacionalizaron la empresa, el
timbre se confundió con la música electrónica, la batería se acabó
porque se cayó al inodoro, la señal era pésima porque la empresa es una
transnacional chupasangre de los jóvenes, el celular se lo tragó el
perro, lo tenía una amiga que es sordita. Al final, la culpa la tienen
siempre los padres por darle un celular viejo que no suena bien y no
agarra ni las señales de tránsito.
Las masas adolescentes reinventan el tiempo y son como los políticos:
tienen memoria corta. El día no se divide en horas o minutos, sino en
cachitos y ahorititas. Si su hijo le dice: "en un cachito salgo de la
fiesta”, prepárese para una eternidad. En una oportunidad, en la puerta
de una disco espere cinco cachitos hasta que me dormí y encima me
desperté con un reclamo por no ser más paciente. Y "el ahoritita voy a
estudiar” significa un largo preámbulo de vueltas sin sentido o de lo
que los gringos llaman procastination, cuya traducción libre sería
hueveo al fósforo. Y encima viene la afrenta a la memoria: mi papá nunca
me recoge a tiempo y frente a la media naranja uno pasa de chofer
abnegado a sospechoso número uno de estar viviendo una segunda
adolescencia a costa del vástago. La tardanza del mozalbete es, en
realidad, una coartada para encubrir andanzas al filo del Código Penal
del progenitor.
La tribu adolescente es nativa de internet y ha sustituido el espejo por
la foto digital. En mis épocas las máquinas fotográficas tenían, con
suerte, un rollo de 36 tomas. Cada disparo, cada toma, debía ser
cuidadosamente seleccionada y la calidad de foto, la sonrisa y el
paisaje debían pasar por el sagrado proceso de la revelación. No había
sensación más dulce y misteriosa que ir a recoger las fotos del viaje o
la fiesta. La gente y las montañas salían más bonitas porque no se
desperdiciaba la mágica oportunidad del click. No digo que eran mejor,
pero era otro gustito. Ahora, en la era del iPad, nuestros jóvenes se
sacan fotos compulsivamente, tienen ametralladoras digitales que pueden
albergar miles de fotos. Los adolescentes pasan sus reuniones posando y
no charlando. Colocando todo en el Facebook, retratando la anatomía de
los instantes. Infelizmente la deliciosa adolescencia es un estado que
se cura con el tiempo y uno se olvida rápidamente, nada como que a uno
le recuerden las nuevas generaciones. Dedico este artículo a mi
adolescente preferida: mi hija menor, que la está pasando bomba, como
corresponde.
Análisis económico y otras latitudes de la vida y el pensamiento
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4 comments:
Le comparto este chiste en youtube de adolescentes, para matarse de risa, que lo disfrute
http://www.youtube.com/watch?v=QxulAWUak74
Le comparto este chiste en youtube de adolescentes, para matarse de risa, que lo disfrute
http://www.youtube.com/watch?v=QxulAWUak74
No hay duda que vivimos en un mundo de adolescentes hasta 130 años (no era ésa la edad del presunto más longevo).
Interesante definición metafórica de casi toda Latinoamérica.
Abrazo, Carlos
que alucinates articulos..! felicidades profesor..! me alegra la semana..!
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