En 1994 se produjo la primera crisis financiera de la economía globalizada, que condujo a México a un fuerte recesión; el producto interno bruto (PIB) se contrajo en 6,2%. La crisis tuvo sus orígenes en una moneda sobrevaluada y grandes déficits del sector público. Una de las medidas adoptadas por el recién iniciado gobierno del presidente Zedillo fue la devaluación del peso mexicano, que desencadenó una crisis financiera mundial. El contagio se denominó el efecto tequila. ¡Arriba, abajo, al centro y adentro¡ Y la economía mundial, especialmente los países vecinos, tuvieron que tomarse un tequilón amargo y pendenciero.
En 2015 la historia se repite. La economía brasileña presenta serios desajustes macroeconómicos, fuerte desaceleración de la economía. El año en curso el producto caerá en – 1%, y una fuerte devaluación del real de en torno de 30%. ¿Estaremos frente a un efecto cachaça por lo menos para la región latinoamericana? En este domingo definamos lo que es una chachaciña. Veamos algunos datos, levantemos algunas hipótesis de trabajo y aprendamos cómo se hace una buena caipiriña.
Una buena chachaça o aguardiente de caña puede ser tomada pura, si usted tiene garganta de lata, no se incomoda transformarse en dragón y está dispuesto a padecer con un ch’aqui homérico. Si es más delicado, nada mejor que una dulce caipiriña, obviamente con una caniña, como también se conoce a este trago, aunque el efecto y el día siguiente son iguales. El efecto cachaça, si se hace efectivo, puede causar más de un dolor de cabeza a las personas o las economías.
En el año 2010, la economía brasileña creció a la fantástica tasa de 7,6%. Brasil comandaba el acrónimo BRIC y se preparaba para lo que el presidente Lula llamaba el "espectáculo del crecimiento”, impulsado por elevados precios de las materias primas y tanto gastos como inversiones públicas gigantescas.
Había un doble palco para mostrar el Brasil vigoroso y socialmente más justo que se acercaba al primer mundo: el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
El imaginario popular acompañaba la tendencia económica: el 72% de los brasileños pensaba que iba por muy buen camino, ahora tan sólo el 12% de la gente ve un futuro mejor. La tasa de pesimismo aumentó significativamente.
A partir el año mencionado, el PIB decreció sistemáticamente hasta llegar al – 1%. En 2015. Las cuentas públicas se deterioraron, el déficit público subió a 576 mil millones de reales (algo como 290 mil millones de dólares). Con la caída de los precios de las materias primas (minerales y soya) y la apreciación de la moneda local se desnudó la pérdida de competitividad de la industria brasileña. A esto se sumó la vuelta de la inflación. Sobre lo llovido mojado: a la compleja crisis económica se sumó un desajuste político mayúsculo, gatillado por uno de los esquemas de corrupción más millonarios de la historia. La empresa bandera de Brasil, la antes admirada Petrobras, fue palco de robos multimillonarios que juntó a burócratas corruptos, empresarios de construcción civil sin ningún escrúpulo y políticos -de la mayoría de los partidos políticos, incluyendo el Partido de los Trabajadores– que metían dinero sucio a sus campañas electorales y bolsillos con el mismo entusiasmo y cinismo.
Esto fue un golpe muy duro a la autoestima de los vecinos que se reflejó en el rechazo al Gobierno. Según el Instituto Ipsos, el 72% de los brasileños considera la administración de la presidenta Dilma Rousseff como malo o pésimo. En este caldo de incertidumbre e insatisfacción ciudadana se cocinan salidas que van desde la renuncia hasta el adelanto de las elecciones. La crisis política es muy seria.
En términos económicos, el efecto cachaça ya se hace sentir. La devaluación del real ha provocado mudanzas defensivas en los tipos de cambio de toda la región latinoamericana, en especial en el Mercosur.
Además, los países que hacen parte de este acuerdo sufren con la reducción de la demanda brasileña; el país con más dificultades es Argentina por el grado de integración comercial. En economías como la boliviana, los productos brasileños, desde queso hasta manufacturas, han vuelto a los mercados locales compitiendo, deslealmente, con la industrial nacional.
El efecto cachaça a nivel político también es relevante. Al contrario del modelo venezolano, que ofrece un populismo autoritario, Brasil, en el especial con Lula, era un ejemplo de una izquierda democrática y moderna que parecía que había encontrado el camino del desarrollo económico con inclusión social sin extremismo ni discursivos ni nacionalizaciones atolondradas.
Pero, ahora, la tercera vía tropical hace aguas. Deja un vacío político e ideológico grave y abre la puerta para que, tanto la derecha como la izquierda cavernícola, en el caso de Brasil, se atreva a pedir lo inaceptable, la vuelta de los militares y el endurecimiento del régimen.
Para no terminar amargados, comparto una receta de caipiriña que aprendí en Passos, Minas Gerais. Una buena caipiriña se prepara vaso por vaso, nada de hacer una limonada gigante. Primero, hay que pulsar el paladar de la víctima para medir la dosis de la cachaça; lamentablemente en Bolivia con suerte encontrará dos marcas Velho Barreiro y 51. Segundo, coloque limones chapareños picados en rodajas pequeñas, añada unas tres cucharillas de azúcar y con una maderita circular comience a golpear levemente hasta que el jugo del cítrico se manifieste; el olor le dirá cuándo parar. Eche tres chorritos del aguardiente y vuelva a socar. Finalmente, coloque hielo picado como si estuviera haciendo un raspadillo, la caipiriña debe estar helada, como potito de foca.
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