Monday, April 17, 2017

Un Elefante en la Cristalería

Tres eventos sui géneris, para decir lo menos, han demostrado  la sobre ideologización y amateurismo de la política externa nacional. 
 
Primero está el "apoyo solidario e incondicional” al Gobierno venezolano en su decisión de retirar los poderes de la Asamblea Legislativa, cuando ni siquiera Maduro conocía de la decisión tomada por el Poder Judicial y, más aún, la condenaba. 
 
Segundo, nuestra representación en la  Organización de Estados Americanos (OEA), que circunstancialmente preside el Consejo Permanente,  perdió una gran oportunidad para proyectar al país como un actor responsable, moderado e inteligente en temas regionales complejos, como la crisis venezolana. Lamentablemente se optó por maniobras políticas y denuncias contra el carácter pro imperialista de la OEA. 
 
Tercero, está el accionar de nuestra representación diplomática ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se equivocó al requerir una sesión reservada para tratar el tema, pedido que fue duramente criticado por varios países. Así mismo, fue el único país que apoyó a Rusia en el veto de un proyecto de resolución del Consejo que requería al Gobierno Sirio cooperación para investigar el ataque con armas químicas.
 
 En los casos mencionados y en varias otras oportunidades prevalece en la narrativa y acción de la política exterior boliviana la ideología antes que el interés nacional o el apego  a ideales y principios internacionales. La política exterior parece anclada en los años 60 y 70, se mueve en un andamiaje conceptual obsoleto inspirado en el bipolarismo de la Guerra Fría.  También se observa un alineamiento a Rusia o China, cuyo único afán parece ser oponerse a Estados Unidos. Muchas de estas acciones internacionales del país parecen estar más dirigidas a influir la política interna, buscando apoyo interno antes que el logro de objetivos internacionales.
 
 Sin duda, nuestra política exterior requiere de una relectura de las tendencias que prevalecen en el sistema internacional actual y necesita conectarse con la reivindicación marítima, que es la esencia de la unidad nacional, y debería ser el norte del accionar internacional. 
 
 Cabe recordar, el sistema internacional evoluciona en múltiples dimensiones desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El sistema internacional se asemeja a un complejo tablero de ajedrez de múltiples dimensiones. 
 
 En el tablero del poder estratégico-militar ha evolucionado de un mundo bipolar (URSS vs EEUU, entre 1950 y 1980) a un sistema unipolar bajo la hegemonía norteamericana a partir de los años 90, pero que ahora es cuestionada China, Rusia y Europa. Esta disputa esta en varias partes del mundo. Siria es una ejemplo trágico de confrontación de intereses estratégicos de actores mundiales y regionales.
 
En el tablero de ajedrez que representa los cambios económicos y tecnológicos, el unipolarismo ha evolucionado hacia una fragmentación del poder. En el siglo XXI el sistema económico internacional es multipolar. Europa, Japón y las economías emergentes son los actores más importantes. Para complicar este escenario han surgido nacionalismos que amenazan romper los precarios equilibrios financieros y comerciales. Este sistema, surgido en Breton Woods, está en crisis.
 
 Un tercer tablero tiene que ver con el lado oscuro de las relaciones internacionales donde juegan actores vinculados al terrorismo, narcotráfico, venta ilegal de armas, trata de personas, que colocan cada vez más tensión a la relación entre Estados.  
 
 Es en este contexto de unipolarismo estratégico-militar cuestionado, multidimensionalidad económica y poderes paralelos, los Estados buscan defender sus interés nacionales y los alineamientos son apenas tácticos, y no responden a lealtades ideológicas. Bolivia no puede ignorar esta realidad y los objetivos de la política exterior deben basarse en la consecución de los intereses nacionales; sin duda el más importante, aunque no el único, es la recuperación soberana del acceso al mar. 
 
 En este contexto, la diplomacia del mar requiere ser acompañada por una política exterior basada en un poder suave e inteligente. El académico Joseph Nye sostiene que -al contrario del poder duro, que se sustenta en la fuerza militar y el poderío económico- el poder suave e inteligente se basa en la seducción, atracción y persuasión, utilizando principios, cultura, valores o modos de vida del país. 
 
 Siguiendo la lógica del poder suave, cabe recordar que está en curso una demanda contra Chile en la Corte de la Haya, pidiendo justicia, en el marco del derecho internacional respetando la paz y la democracia. Si pedimos justicia ante una instancia externa, dentro del país y en nuestro accionar internacional debemos ser consistentes con este principio. Esta coherencia entre ambos niveles es fundamental para crear simpatía y apoyo de otros Estados a nuestra causa.
 
 De una manera más amplia, tanto en los espacios bilaterales y multilaterales, la política externa boliviana debería pregonar con el ejemplo. Ser un país democrático, que respeta las reglas de juego, que cree y fomenta la independencia de poderes, que venera los derechos humanos y políticos, que respeta el medioambiente y la diversidad étnica y cultural, que cree en la soberanía de los pueblos, en la paz y en la justicia internacional. 
 
 Defendiendo y practicando estos valores, y principios a nivel interno y externo proyectamos nuestro poder suave e inteligente para potenciar la reinvindicación marítima y para ordenar nuestras alianzas e, inclusive, neutralizar a otros Estados no muy afines a nuestros objetivos. 
 
 Nuestra causa es poderosa y justa; por lo tanto, debe buscar convergencia y solidaridad con todos los Estados del mundo, pero sobre todo con nuestros vecinos. Pero para esto requiere una política exterior pragmática y basada en principios, no estridencia ni confrontación. Necesitamos la sutileza de un colibrí y no de un elefante ideológico que se  tropieza en la compleja cristalería del sistema internacional.

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