Respuesta a Antonio Sarabia a propósito de mi intervención en un debate sobre temas económicos.
Agradezco a Antonio Sarabia por tomarse el tiempo de comentar mi posición en el debate que sostuve recientemente con Mauricio Ríos. Es siempre enriquecedor y motivante entablar discusiones con altura académica, especialmente cuando el interlocutor, a pesar de diferir en perspectivas, mantiene un enfoque respetuoso y centrado en las ideas, evitando caer en descalificaciones personales, en lanzar consignas o trivialidades que se preocupan con el nombre de las mascotas.
Antonio sostiene que yo cometo “tres errores”. El cambio del patrón de desarrollo basado en capital humano. Culpar el tipo de cambio por la actual crisis y desconfiar de las decisiones de los individuos.
Hoy responderé al “primer error” de manera un poco más amplia. Después hablaremos de los otros. 
Antonio menciona que, en un momento dado, pareció percibir en mí una disposición a abrazar ideas liberales, lo cual interpretó como un acto de cordura. Sin embargo, concluye que, al final, no logré liberarme del paradigma keynesiano, en el cual el Estado desempeña un rol protagónico. Este primer supuesto, aunque interesante, adolece de un error conceptual significativo: la creencia de que la defensa de las fuerzas del mercado y la promoción de un Estado mínimo son posturas exclusivamente liberales. En realidad, diversas escuelas de pensamiento económico, como el institucionalismo, la economía conductual, el neokeynesianismo, el estructuralismo latinoamericano y la escuela regulacionista, entre otras, reconocen las virtudes asignativas del mercado. No obstante, es crucial entender que el mercado no es un mecanismo infalible ni objeto de fe ciega. Por el contrario, es una herramienta con fortalezas y debilidades, cuyas fallas pueden ser corregidas mediante una mayor competencia, la introducción de nuevos actores o la intervención correctiva de un Estado eficiente y limitado. Por tanto, reducir el debate económico a una dicotomía entre keynesianos y liberales-libertarios es una simplificación que ignora décadas de avances en la teoría económica.
Antonio, en su análisis, recurre a un esquema bipolar que evoca los debates de los años 30 del siglo pasado, pasando por alto más de seis décadas de desarrollo en el pensamiento económico. Durante este tiempo, economistas de diversas corrientes han contribuido significativamente a comprender tanto las virtudes como las limitaciones del mercado. Por ejemplo, Ronald Coase (1991) destacó la importancia de los costos de transacción y los derechos de propiedad en el funcionamiento de los mercados. Michael Spence y Joseph Stiglitz investigaron los mercados con información asimétrica, donde una parte tiene más información que la otra, generando fallas de mercado. Daniel Kahneman y Vernon Smith (2002) integraron aspectos de la psicología en la teoría económica, realizando análisis empíricos del comportamiento de los mercados. Elinor Ostrom y Oliver Williamson (2009) estudiaron la gobernanza económica, especialmente en relación con los recursos comunes y las organizaciones. Peter Diamond, Dale Mortensen y Christopher Pissarides (2010) analizaron los mercados con fricciones de búsqueda, como el mercado laboral. Jean Tirole (2014), a quien tuve el privilegio de conocer, realizó contribuciones fundamentales sobre el poder de mercado y la regulación. Oliver Hart y Bengt Holmström (2016) avanzaron en la teoría de contratos, mientras que Richard Thaler (2017) exploró los factores psicológicos que influyen en los mercados. Finalmente, Paul Milgrom y Robert Wilson (2020) profundizaron en el entendimiento de mercados específicos, como las subastas. Estos aportes, entre muchos otros, demuestran que el pensamiento económico no puede reducirse a una simplificación maniquea entre keynesianismo y liberalismo. Estado vs mercado. Ambas son construcciones institucionales complejas, que desempeñan un papel fundamental en el desarrollo económico de un país. 
Además, es importante destacar que varios premios Nobel de economía han estudiado el papel del Estado, el desarrollo institucional e incluso las fallas del propio Estado. Asociar de manera mecánica a Keynes a la intervención del Estado y esta ser la única luz que alumbre el desarrollo es desconocer muchos años de pensamiento económico.
Friedrich Hayek (1974), por ejemplo, advirtió sobre los riesgos de la excesiva intervención estatal. James Buchanan (1986) desarrolló la teoría de la elección pública, aplicando el análisis económico al comportamiento político y demostrando cómo los intereses de políticos y burócratas pueden distorsionar las decisiones gubernamentales. Douglass North (1993) investigó cómo las instituciones, las normas y las leyes influyen en el desarrollo económico a largo plazo. Más recientemente, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson (2024) han analizado cómo las instituciones políticas y económicas moldean el desarrollo de los países, promoviendo sistemas inclusivos que fomentan el crecimiento. Estos trabajos evidencian que el debate entre mercado y Estado es mucho más complejo y matizado de lo que Antonio sugiere.
Uno de los aspectos más preocupantes del debate actual, exacerbado por la superficialidad de las redes sociales, es la tendencia a reducir todas las ideas económicas al keynesianismo, asociándolo livianamente con el socialismo o el comunismo. Esta simplificación ignora que el keynesianismo no busca eliminar el capitalismo, sino salvarlo en momentos de crisis. Keynes propuso la intervención estatal como una herramienta pragmática para estabilizar el sistema capitalista durante períodos de recesión profunda. De hecho, en las últimas crisis globales (2008 y 2020), gobiernos de diversas orientaciones ideológicas recurrieron a políticas keynesianas para mitigar los efectos económicos. Incluso administraciones consideradas liberales, como la de Donald Trump en Estados Unidos, implementaron medidas keynesianas clásicas, como la entrega de bonos a la población durante la pandemia. Esto demuestra que la intervención estatal no es un anatema, sino una herramienta útil en contextos específicos.
En el contexto de reducir mis ideas al paradigma que inició no, que como hemos visto más adelante, es un capricho analítico, que no tiene bases históricas, Antonio también critica mi propuesta de transitar de un patrón de desarrollo basado en recursos naturales hacia uno centrado en el capital humano. Aunque coincide en que el extractivismo es insostenible para la economía boliviana, expresa escepticismo respecto a la viabilidad de un modelo basado en la educación y la innovación. Sin embargo, ignora una vasta literatura académica que respalda la importancia del capital humano en la productividad, la diversificación económica y el desarrollo. Estudios empíricos muestran una correlación significativa entre la mejora del capital humano y el crecimiento económico, aunque esta relación no sea lineal ni automática. Proponer un cambio de paradigma no es un acto de voluntarismo, sino una apuesta fundamentada en evidencia histórica y teórica. Cada avance significativo del capitalismo ha estado asociado a visiones colectivas y esfuerzos coordinados, desde la Revolución Industrial hasta la era digital.
Finalmente, Antonio cuestiona la capacidad de los políticos y economistas para proponer soluciones, argumentando que no son "sabelotodos". Sin embargo, su propia postura, que aboga por un Estado mínimo y confía ciegamente en el mercado, es en sí misma una forma de prescripción que emerge del análisis económico. La idea de que solo los individuos, guiados por las señales del mercado, pueden tomar decisiones óptimas, es una propuesta teórica que requiere de un marco institucional y político para su implementación. Promover la educación y el capital humano no contradice esta visión; por el contrario, empodera a los individuos para tomar decisiones informadas y contribuir al desarrollo colectivo.
En conclusión, el debate entre mercado y Estado no puede reducirse a una dicotomía simplista. La economía es una disciplina compleja y dinámica, que requiere de un enfoque pluralista y basado en evidencia. Agradezco a Antonio por su contribución al debate, pero insisto en la necesidad de superar las simplificaciones y abrazar un diálogo más riguroso y constructivo basado en la ciencia y no así en el chamanismo.
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