Monday, May 23, 2016

La Patria de los Vientos

La patria de los Vientos y la libertad

El pasado 20 de mayo fue la efemérides de Villazón. Gloria y honor para el diamante que se pule solo.  Para mí, esta noble ciudad huele a infancia profunda, a alquimia de vientos y a libertad sin miedo. Veamos por qué.
Villazón es una ciudad fronteriza donde la estación del tren es más importante que plaza central, el puente a La

Quiaca es más relevante que la carretera a Potosí, donde se da más valor al pasar que al quedarse, al embarcar que al llegar y donde hay la concentración más grande de pilotos de Bolivia, pero no hay ni aviones menos aeropuerto.

En esta ciudad fronteriza los oriundos tenemos un dilema de acentos que nos quema el alma. En ciertas ocasiones hablamos con dejo de tarijeño, pero si por los avatares de la vida se nos cruza en el camino un vino pendenciero, el tonillo se nos va al norte argentino, sin rubor ni clemencia.

¡Somos fronterizos, qué caray! y para nosotros patria no es la lengua, sino un sentimiento mucho más arraigado.  Es un lunes de hora cívica donde se canta el Himno Nacional en sus tres estrofas completas con el pecho-huminta de orgullo para que se oiga hasta Jujuy. En Villazón habitan los guardianes de la esperanza de días mejores, a pesar que el poder de turno y de siempre sólo se mira en el espejo de la gran capital.

Prácticamente, durante toda mi primera infancia, pasé en la primaria de la escuela Cornelio Saavedra, entidad pública donde estudiar era una cuestión de fe de dedicados y valientes profesores, y alumnos que sabían que la educación era el único pasaporte para un futuro mejor. Ambos, con dedicación y trabajo, superamos las grandes carencias institucionales y de recursos de la época. La pasión por el descubrimiento de nuevas ideas, el enorme incentivo por superarme y el amor a la libertad me fueron transmitidos por mis profesores en la patria de los vientos.    

De chico mis padres me enviaban a la escuela con una mochila que en el fondo tenía un contra peso de metal; se decía que en Villazón los vientos eran tan fuertes que se llevaban a la gente de menos de 40 kilos. Yo, para no contrariar esta leyenda, reforzaba mi anclaje a la tierra colocando varias piedras en los bolsillos.

Conocí historias de jóvenes que fueron secuestrados por los huracanes del sur, que se llevaron con rumbos insólitos. A uno lo encontraron en el valle de Matanzillas, a pocos kilómetros de Villazón, cobijado en las poderosas piernas de una joven lugareña y lunareja que felizmente lo atrapó en pleno vuelo.  Otro apareció meses después en Tupiza, amarrado a unos chocos viejos de un tren que iba hasta Buenos Aires. Al que fue más lejos lo encontraron en la Franja de los Caballos, donde se dice que el viento se detiene en seco. Ésta es una zona en el océano Atlántico, a unos 30 grados norte y sur del Ecuador, que los marinos de todo el mundo conocen desde hace siglos, donde los vientos mueren, los barcos quedan parados y se ven obligados a arrojar todo por la borda, incluso a los equinos, de ahí el sui géneris nombre.

El lugareño  de Villazón fue encontrado en este lugar y rescatado por un barco turco. Ninguno de los llevados por el viento, hasta ahora, confesó su experiencia, pero se sabe que militan fanáticamente en la  causa de la libertad y la defensa de los céfiros.

Según Yvetta Guerasimchuk, autora de un trabajo titulado El diccionario de los vientos,  las sociedades avanzan o retroceden como resultado del equilibrio o desequilibrio de los vientos. Según Yvetta: "La historia de la humanidad conoce miles de ejemplos de choques entre anemófilos o amantes del viento y anemofóbicos los que odian los vientos”.

En la actualidad en nuestra comarca se libra una más de las batallas entre los amantes del viento y los guerreros de la quietud, cultores de un autoritarismo chabacano y asustador. Desde el poder y otras trincheras del oficialismo, la cofradía de los anemofóbicos que idolatran la tranquilidad, que militan en el statu quo, que ven el mundo de acuerdo con la pequeñez de sus ideas, que gobiernan desde lo más profundo de sus odios, le serruchan el piso al ciclo de la historia. Se atornillaron a los privilegios y beben enloquecidos los negros brebajes de la corrupción. Perdieron el alma y lo único que les interesa son las fervorosas procesiones a los altares del caudillo.

Los zombis de la política han muerto pero no lo aceptan aún, se refugian en el matonaje y la verborrea de rencor, tiemblan frente al agua bendita de los votos y de la libertad de expresión. Odian las voces críticas que traen los nuevos vientos y se enroscan al poder a destilar venenos mortales.

Del otro lado del río, los militantes de los vientos, los anemófilos, dan la dura pelea por la libertad de ideas para alcanzar una nueva línea del horizonte. Mis respetos a todos los que  no desfallecen frente al andamiaje de miedo que se busca construir desde la torre que quiere congelar el viento. Los brabucones asaltan la razón pero, como la historia lo prueba, son apenas anécdotas que se diluyen en el tiempo.

Mi mejor homenaje a Villazón es recordar las huellas que dejó mi escuela en el disco duro de mi infancia y recuperar la pasión por los vientos que, sin duda, seguirán soplando en la voz de valientes periodistas y ciudadanos que creen en la democracia y la libertad.

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