Sunday, May 21, 2017

Corrupción y la teoría de los chiflones

La corrupción y la teoría de los chiflones 

Hace algunas semanas   me encontré con un queridísimo amigo de la infancia de la plaza San Pedro, barrio en el que viví buena parte de mi adolescencia arrabalera. Por supuesto, hablamos de cosas picantes del pasado, pero como siempre sucede en estos encuentros furtivos, aparece el salvavidas de la coyuntura política que evita la muerte súbita de la conversación anclada en la añoranza. Sale a flote la consabida pregunta: "¿Y cómo la ves?”. Como conocía de la sabiduría de mi amigo en las honduras del alma nacional, me quedé callado y escuché su agudo análisis de coyuntura callejero. 

Sostenía, con precisión de taquero de larga data y campeón de las billas populares, que al Gobierno ya le había agarrado un chiflón de corrupción tan contundente como ponzoñoso. Y cuando te atrapan estos vientecillos furtivos. ¡Agárrate Anacleto!, sentenció mi cuate, conocido como el Tuercas.

Con aire docto, de quien ya había pontificado sobre la realidad nacional en todos los bares de La Paz, me dijo que discordaba de la hipótesis de que acabaríamos como Venezuela; más bien pensaba que terminaríamos como el Brasil del hermano y compañero Lula. Vanos fueron mis tentativas de hacerle notar, que al contrario del vecino, nosotros no teníamos un Poder Judicial independiente, que investigue y castigue a la cofradía de los uñas largas. Él retrucó que, aquí como allá, la presión social y la opinión pública jugarían un papel fundamental.

Con la leyenda tatuada en su historia -que había derrotado en un duelo verbal a la mismísima Luna Stalinista, como se conoce en la jerga popular a uno de los jerarcas del régimen-  sostenía que el chiflón había desinflado  el complejo de superioridad moral del proyecto y que estos aires pendencieros ahora circulan libres por los corredores del alma política del régimen de irremediable manera. El tic, tac, tic, tac, tic, tac de la inflexión histórica, con su voz cansina, ya le cantaba al oído, todavía sordo, de los poderosos "Recuerda que eres mortal”.

 La lectura de la realidad me pareció pertinente pero lo que más provocó mi curiosidad analítica fue la alusión al viento colado. Viniendo de Villazón, la tierra desde donde se distribuyen las ventoleras al mundo, todo lo que tenga que ver con movimientos de aires nos interesa. 

 A estas alturas de la columna permítanme un comercial. Ayer sábado 20 de mayo fue aniversario de este jirón patrio. Loas y laureles a Villazón, el diamante que se pule solo, aunque últimamente también hay que agradecer a la apreciación del tipo de cambio real que hizo reverdecer la ciencia del comercio y revivir los mejores pilotos de la frontera, como se conoce  a estas personas que hacen pasar, por el puente que une La Quiaca con Villazón, fabulosos bifes de chorizo, dulces Sancor y toneladas de harina con el mismo arte y sabiduría.  

Pero volvamos a las ventoleras turbinadas y otros aires cruzados. Seguramente usted ha escuchado alguna vez decir: Huy,  aquí se siente un chiflón endiablado. También es conocido que el mal de whistupicus o boca chueca   se origina en chiflón de callejón.   Uno de los chiflones más temidos por las abuelas es el de zaguán de casa de tres patios que produce el mal de jolkes, que hace escupir piedras preciosas por donde pecamos. 

 También los vientos colados de solárium -que dan origen a la expresión: resfrío de calor- son mortales, razón por la cual los collitas poliglobúlicos, como su seguro servidor,  usamos camisetitas musculosas en toda ocasión. En suma, se trata de un vientecillo  furtivo y traicionero que se cuela por las ventanas mal cerradas, las rendijas sobornadas,  y las paredes con agujeros infinitos.

En tiempos pretéritos, si a alguien le agarraba un chiflón también significaba que esta persona había perdido el norte, el espíritu se le había desvencijado irremediablemente. Era justamente esta sensación a la que hacía referencia mi amigo de San Pedro, pero aplicada  a la gestión del Estado. Es decir, tremendos chiflones de corrupción comenzaban a surgir de los recovecos, agujeros, madrigueras del oscuro poder. De nada servía minimizarlos denominándolos microchiflonillos

En la opinión del Tuercas, estas ventosidades podridas dentro del Estado comenzaban a producir un desgaste irremediable en la estructura del poder y a quitarle  pliegues  y gracia a los candidatos a estatuas . No hablamos de casos concretos. Nos mantuvimos en el plano de la teoría de los chiflones.

 Más temprano que tarde los chiflones de la corrupción se convierten en huracanes y se llevan por delante todo, como en lo que está ocurriendo en el verde Brasil. Después, salir del lodazal del robo público lleva generaciones.  

El tema de corrupción, grande o pequeña, en la opinión del Tuercas, debía convertirse en el centro del debate nacional. Debería tener un abordaje sistémico e institucional, ser transversal y específico. Debería tener un abordaje preventivo, disuasivo y punitivo. Mi amigo sanpedrino sostenía que una de las batallas fundamentales para avanzar en su combate era la elección de jueces, pero que como estaba diseñado el sistema, a partir de la lógica de la reproducción del poder, él no auguraba éxitos; al contrario, sostenía que en  corredores, zaguanes, callejones, rendijas del Poder Judicial circulaban los chiflones más cínicos y peligrosos.

Coincidimos en que las páginas de la historia no avanzan si los chiflones sibilinos no desaparecen. Volver a imaginarse el futuro implica hacer desaparecer el flagelo de la corrupción; caso contrario, ésta carcome el cuerpo y alma de una nación. En nuestro caso, la primera batalla, sin duda, es construir una institucionalidad judicial transparente, competente e independiente.


 Nos despedimos con abrazo de oso y con sendos juramentos de llamarnos y tomar unas chelas. Sabíamos que tendríamos dificultades de cumplir las promesas, pero lo mejor del encuentro fue juntar su análisis político certero con mi experiencia con los vientos, de lo que surgió esta teoría de los chiflones.      


Gonzalo Chávez A. es economista.

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