Tuesday, September 12, 2017

LA DIETA DE LOS ESPEJOS

El inmortal Jorge Luis Borges temía, con toda razón, a los espejos. En uno de sus poemas legendarios dice: “Yo que sentí el horror de los espejos, no sólo ante el cristal impenetrable donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejos, sino ante el agua especular que imita el otro azul en su profundo cielo, que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita ”.
Los dueños del poder circunstancial, especialmente en materia económica, adoran los espejos. Toda vez que presentan las cifras macroeconómicas frente a los espejos de sus consignas y ante los estandartes del llunquerío que agitan los ciegos de futuro, vuelven a enamorarse de sí mismos, una y otra vez.
Es el pavo real macroeconómico que extiende sus dorada alas. Miren ese Producto Interno Bruto, ese PIB fabuloso, único, inédito. ¡Ay amadito! Le lanzan besos en flor al espejo y su reflejo.
Ahora que se desacelera la economía (3,3% en el primer trimestre de 2017), ¿se desportilla la imagen? ¡No! ¡Pamplinas neoliberales! La bella demanda interna mantiene al ídolo y a su imagen de pie.
Para el narcisismo macroeconómico sólo hay crisis cuando el espejo se rompe, se hace añicos como en Venezuela. ¿Si los músculos de los ingresos fiscales se chorrean, o si se registra cuatro años de déficit público (este año este indicador podría llegar al 7,8% del PIB)? ¡No pasa nada!
Seguiremos tomando los anabólicos de gastos e inversiones, endeudándonos y perdiendo reservas internacionales. Insomnes, seguiremos inflando la burbuja de consumo y cristal con plata que tomamos de un futuro incierto.
Tranquilos, al déficit comercial, que ya supera el 5% del PIB, lo mataremos con sólida indiferencia antiimperialista y sólo por si acaso, haremos una gran milluchada –para el Santo de los Recursos Naturales– para que haga el milagro de hacer subir nuevamente los precios de los minerales y del petróleo. ¡Tengan fe! La tempestad es afuera, dicen los sacerdotes del populismo gastador. El paraíso está blindado por espejo de metal y rojos crepúsculo. Los síntomas descritos son una conspiración de los vampiros neoliberales que no pueden darse el gustito de la autocontemplación frente a los cristales de la revolución. 
Haciéndole ojitos mimosos al espejo, examinen la inflación que está de rodillas ante la espada monetaria. Otro gran logro del modelo. Miren lo esbeltos que están los precios. Si el bien garbo es producto de una dieta de alimentos importados, que está matando las pocas defensas del aparato productivo nacional, eso tampoco importa. Tener una fina estampa requiere sacrificios.
Frente a las enormes grietas en el cuerpo productivo local, causadas por la apreciación del tipo de cambio real, más botox de importaciones, más maquillaje de consumo, más silicona en las curvas.
Total la tuneada zapatina que nos echamos estos años de bonanza sólo nos costó 60 mil millones de dólares, pero frente al espejo no es elegante hablar de dinero.
Si en la alcoba de la economía hay muchos espejos, somos multitudes. El elenco del reflejo está listo para armar el teatro de las sombras de la propaganda y la sigilosa prestidigitación estadística. La obra en curso: riqueza sin desarrollo.
En momento cúlmine del espectáculo es hora de sacar el espejo mayor: el gallardete sublime del espejismo. Miren esa nacionalización de incomparable belleza que, aunque se le desinflen los cachetes y se le caiga la cola, mantiene el garbo de rosa plástica.  Es el Cid Campeador que hay que sacar todos los sagrados días de la revolución a pasear por las calles del adoctrinamiento. A la gloriosa acción se le atribuyen muchos milagros económicos, como la copiosa lluvia de plata y coral que bendijo los cofres públicos.
Crueles e insanas mentiras son aquellas que afirman que la nacionalización fue chuta y que se benefició de una coyuntura favorable de precios del petróleo.
Para la cofradía de los devotos de los espejos de los últimos días, la caída de ingresos fiscales provenientes del sector hidrocarburos es resultado de desajustes externos y de los opinadores que odian los espejos. Por lo tanto, una manito de epítetos del más cruel acero para ellos.
Todos a la misma bolsa de gatos neoliberales y vende patria. Patrulleros ideológicos y comisarios virtuales apunten los cañones de la más destilada ponzoña chauvinista a ellos. Todos a cuidar la magia del reflejo. ¡Espejito! ¡Espejito! ¿Quién es el modelo económico más bonito y coqueto? El coro de los devotos de la virgen del puño en alto repiten: ¡Tú! luminoso nacional consumismo.
Pero un bello y no lejano día, el narcisismo macroeconómico quiere acariciar su reflejo y con espanto se da cuenta de que ya no pueda hacerlo, toda vez que coloca la mano en su imagen, ésta se diluye y baila descontrolada. Vanos son los intentos de los militantes de los espejos de calmar las aguas, para que éstas vuelvan a su posición de espera y complacencia.
Del fondo de las aguas claras en retirada, surgen peces de fuego que se habían criado en el fondo de la economía informal,  gruesos helechos aprisionan el aparato productivo, inmensos remolinos de deudas se tragan el futuro, una gigante y hambrienta cobra de agua ya no satisface su gula con gastos superfluos e inversiones inútiles y saca su cara de eterna ciega.
Una colección incomprensible de batracios rococos sube rápidamente a la superficie después de haber metido la cuchara al dulce del erario nacional.  
“Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo,  para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad”, afirma Borges.
Por eso no es bueno enamorarse de los espejos, ni políticos ni económicos, porque en Bolivia hay cada vez más gente viviendo al otro lado del reflejo, dispuesta a decir no, las veces que sea necesario, al discurso único y autoritario, a no confundir gordura de consumo con músculo productivo.
Porque la dieta de los espejos no es sostenible y sólo es buena para los que se aman locamente a sí mismos.

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