Monday, July 23, 2018

¿Plegarias Atendidas?

El proceso de desaceleración de la economía boliviana ha tenido un respiro en el primer semestre de 2018. Recapitulemos la historia corta. El año 2013, el Producto Interno Bruto (PIB) llegó a su pico máximo del periodo de bonanza, creció al 6,8%. Posteriormente, año a año, el aparato productivo se fue deteniendo de manera sistemática, hasta llegar al 4,2% en 2017. La ralentización de la economía nacional fue negada en siete idiomas y barnizada con una cansina propaganda desde el punto más alto del ego oficialista. 
 Las explicaciones de la desaceleración tienen que ver con la caída de los precios de las materias primas que exportamos (gas natural, minerales y otras) y la menor efectividad de la masiva inversión pública, que buscó compensar el apagón del motor externo. De hecho, entre 2013 y 2017, los recursos colocados por el Estado en la economía boliviana subieron de 3.781 millones a cerca de 6.189 millones de dólares. Sin duda, el Gobierno colocó toda la carne en el asador. No obstante, el fuerte incremento de la inversión pública, la rentabilidad de ésta, medida en términos de crecimiento del producto, fue cada vez menor.  En cuanto el nivel de inversión subía en un 64%, entre 2013 y 2017,  la tasa de crecimiento del PIB se reducía a un ritmo de 38% (de 6,8% a 4,2%). Es decir, cada dólar adicional invertido tiene menor impacto en el crecimiento del producto.
Este hecho muestra los límites del modelo nacional populista implementado por el Gobierno, que por 12 años caminó en círculos en la lógica extractivista y perdió una gran oportunidad de diversificar el aparato productivo. Además, la apuesta a sustentar la demanda interna vía inversión pública tuvo elevados costos económicos: déficits públicos crecientes que persisten por cinco años; incremento de la deuda externa (más del 24% del PIB), y perdidas de reservas internacionales del Banco Central de Bolivia, superiores a 4 mil millones de dólares, y esta sangría continua.
Para pasar el invierno quemamos parte de la casa. Y frente al déficit de ideas, y propuestas de diversificación productiva, al Gobierno no le quedó otra opción que rezar y hacer milluchadas a los santos de los recursos naturales para que nuevamente suban los precios de estos productos. 
Después de 40 meses (tres años y cuatro meses) se produjo una inflexión. En mayo de 2018, la balanza comercial fue positiva en 124 millones de dólares y junio también puede ser favorable. Una vez más la recuperación de la salud externa de la economía se explica por la escalada del precio del petróleo y, por ende, del gas natural, aunque el Gobierno se anda metiendo autogoles, porque a pesar del favor externo no hay la producción de gas natural suficiente para aprovechar la subida del valor del energético.
 En el primer semestre del año en curso el crudo se cotizó en torno de 70 dólares el barril. Recordemos que el Presupuesto General de la Nación de 2018 se lo hizo con base a un precio de 45 dólares. Por supuesto, fiesta en la comparsa populista: ¿Patria o muerte? ¡Gastaremos!  
 Entonces qué pasó: ¿fueron atendidas las plegarias neorrevolucionarias? ¿Es este un cambio estructural en la tendencia alcista de los precios del petróleo y los minerales? o, ¿es apenas un episodio en un periodo que se caracteriza por una alta volatilidad de los precios del crudo? ¿Es el poder telúrico del proceso de cambio que afecta los mercados internacionales?
 Pues bien, las plegarias fueron atendidas pero por los santos equivocados. Los precios del petróleo aumentaron debido a la profundización la crisis geopolítica en Medio Oriente; una mayor efectividad en la coordinación política de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP), incluida Rusia, que bajaron sus producciones para subir precios y, finalmente, y, no por eso menos importante, la apuesta de Trump para que Estados Unidos vuelva a la senda del consumo masivo de petróleo, revirtiendo las políticas ecológicas de Obama, que quería bajar la emisión de gases de efecto invernadero. El odiado imperio le da una manito a los hermanos y compañeros de estas tierras.
Sin embargo, las plegarias atendidas tienen fecha de expiración. Es fácil predecir que hasta fin de año volverá el exitismo estatista y el narcisismo macroeconómico, basado en los nuevos ingresos del gas natural. Ahora, también es altamente probable que el reverdecer económico permita al Gobierno consolidar una de sus banderas de la campaña electoral: el milagro económico basado en una burbuja de consumo. Pero, como decían en mi pueblo a los que cargaban a la divinidad en día de fiesta religiosa: Calmallawa, calmallawa, santus fletanka, que significa: con calma nomás, que los santos de la procesión son fletados.
Según de la revista The Economist, las proyecciones de los precios de las materias primas, en el especial del petróleo, indican tendencias a la estabilidad y la baja para 2019 y 2020. El oro negro estaría en torno a los 60 dólares.  Pero en materia de predicciones, en el mercado internacional de la energía nunca se sabe cuando en el Bolivian desk del cielo atienden santos impredecibles que oyen a Trump y Putin. Además, como decía una santa: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Y la capacidad de llorar del populismo contra los demonios externos es infinita.
Gonzalo Chávez A. es economista.

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