Un estudiante pasa unos años en una casa de estudios superiores y ésta le acredita un determinado título. Una vez graduado, el alumno sólo mantiene una relación emocional con la universidad. En el mejor de los casos se identificará con su alma mater y punto, porque existe muy poca conexión entre el mundo académico y el desarrollo social o empresarial. Las universidades en los países en vías de desarrollo están escasamente conectadas con su entorno local, político, económico y productivo.
En un mundo cada vez más globalizado, que vive el auge de la revolución de la información y la tecnología, las universidades deben convertirse en clusters con una doble misión: por una parte la creación y difusión del conocimiento, y, por otra, la promoción-acción de la solidaridad y desarrollo social.
Las universidades deben enraizarse con su entorno y ser las dínamos de parques industriales, de ciudades del saber o, de una manera más general, de territorios inteligentes. Cabe recordar que un clúster es un conglomerado de actores empresariales, gubernamentales, universidades, proveedores, centros de investigación, colegios que coordinan y compiten en un determinado sector. Pueden existir clúster del turismo, de la biotecnología o del vino.
En este caso, un clúster del conocimiento agrupa a actores del saber, la investigación, la creatividad, la innovación, la enseñanza, la ciencia y la tecnología. Es decir, todos los nodos de la cadena de producción, de la generación de valor científico y de la difusión del saber teórico y práctico. En este contexto, las universidades son los espacios por excelencia para iniciar e incubar los clúster del conocimiento.
Además, en países como el nuestro, el desafío es que los clúster de la investigación y del saber también promuevan la solidaridad y el desarrollo social a través de múltiples programas. Las nuevas ideas, la enseñanza y la investigación tecnológica, algunas de las tareas de las universidades, deben sintonizarse con las necesidades de diversa índole de la base de la pirámide social, no como acto de filantropía sino como un apoyo a la productividad y competitividad de un país.
Las universidades como clúster del conocimiento asignan nuevos roles a todos los actores, pero en especial a los profesores y alumnos, y tal vez éste es el cambio más desafiante. En esta nueva era el catedrático magistral da paso al profesor-entrenador, que inspira, provoca y revoluciona el binomio enseñanza-aprendizaje.
El maestro tradicional se convierte en el agitador creativo e innovador en aula y fuera de ella. El profesor de tiza y pizarra enriquece sus clases con las tecnologías de la información y la comunicación en el proceso educativo, se convierte en un nativo del internet.
A su vez, el alumno abandona su rol de sujeto pasivo en la enseñanza para desarrollar su espíritu emprendedor, además construye sólidos principios éticos y consolida fuertes bases ciudadanas. En este nuevo modelo se invierten los roles y la experiencia académica. Los alumnos aprenden en las plataformas de la nube del internet, debaten y practican en las salas de aula, experimentan en los laboratorios y luego simulan lo aprendido en sus computadores en redes mundiales.
Con los cursos en línea los profesores se instalan a tiempo completo en las casas de los estudiantes. En la era cibernética, las bibliotecas del mundo se abren para profesores y alumnos. Obviamente, los otros actores público-privados del clúster también deben cambiar incorporando el chip de la innovación y competitividad.
Concebidas las universidades como clúster del conocimiento y de la solidaridad, éstas pueden ser partes dinámicas de parques industriales y territorios inteligentes. El sustento conceptual de un conglomerado del conocimiento son las economías creativas de base local.
Los territorios inteligentes son espacios urbanos que buscan alinear competitividad económica, cohesión social y sostenibilidad ambiental. En los territorios inteligentes habitan grupos sociales e instituciones creativas, colegios y universidades, que son la energía y motores de las economías creativas.
Una economía creativa puede estar vinculada a la ciencia, la tecnología, el arte, la historia, los medios de comunicación, la cultura, el turismo, los servicios financieros, la arquitectura, el entretenimiento, la gastronomía, el activismo social, etcétera. En los territorios inteligentes habitan los clúster del conocimiento y ésta es una manera innovadora de encarar el desarrollo local, de ver el tema productivo vinculado a la revolución tecnológica y social. En los territorios inteligentes, la acción del Estado, local y/o nacional, es fundamental.
En un mundo cada vez más globalizado, que vive el auge de la revolución de la información y la tecnología, las universidades deben convertirse en clusters con una doble misión: por una parte la creación y difusión del conocimiento, y, por otra, la promoción-acción de la solidaridad y desarrollo social.
Las universidades deben enraizarse con su entorno y ser las dínamos de parques industriales, de ciudades del saber o, de una manera más general, de territorios inteligentes. Cabe recordar que un clúster es un conglomerado de actores empresariales, gubernamentales, universidades, proveedores, centros de investigación, colegios que coordinan y compiten en un determinado sector. Pueden existir clúster del turismo, de la biotecnología o del vino.
En este caso, un clúster del conocimiento agrupa a actores del saber, la investigación, la creatividad, la innovación, la enseñanza, la ciencia y la tecnología. Es decir, todos los nodos de la cadena de producción, de la generación de valor científico y de la difusión del saber teórico y práctico. En este contexto, las universidades son los espacios por excelencia para iniciar e incubar los clúster del conocimiento.
Además, en países como el nuestro, el desafío es que los clúster de la investigación y del saber también promuevan la solidaridad y el desarrollo social a través de múltiples programas. Las nuevas ideas, la enseñanza y la investigación tecnológica, algunas de las tareas de las universidades, deben sintonizarse con las necesidades de diversa índole de la base de la pirámide social, no como acto de filantropía sino como un apoyo a la productividad y competitividad de un país.
Las universidades como clúster del conocimiento asignan nuevos roles a todos los actores, pero en especial a los profesores y alumnos, y tal vez éste es el cambio más desafiante. En esta nueva era el catedrático magistral da paso al profesor-entrenador, que inspira, provoca y revoluciona el binomio enseñanza-aprendizaje.
El maestro tradicional se convierte en el agitador creativo e innovador en aula y fuera de ella. El profesor de tiza y pizarra enriquece sus clases con las tecnologías de la información y la comunicación en el proceso educativo, se convierte en un nativo del internet.
A su vez, el alumno abandona su rol de sujeto pasivo en la enseñanza para desarrollar su espíritu emprendedor, además construye sólidos principios éticos y consolida fuertes bases ciudadanas. En este nuevo modelo se invierten los roles y la experiencia académica. Los alumnos aprenden en las plataformas de la nube del internet, debaten y practican en las salas de aula, experimentan en los laboratorios y luego simulan lo aprendido en sus computadores en redes mundiales.
Con los cursos en línea los profesores se instalan a tiempo completo en las casas de los estudiantes. En la era cibernética, las bibliotecas del mundo se abren para profesores y alumnos. Obviamente, los otros actores público-privados del clúster también deben cambiar incorporando el chip de la innovación y competitividad.
Concebidas las universidades como clúster del conocimiento y de la solidaridad, éstas pueden ser partes dinámicas de parques industriales y territorios inteligentes. El sustento conceptual de un conglomerado del conocimiento son las economías creativas de base local.
Los territorios inteligentes son espacios urbanos que buscan alinear competitividad económica, cohesión social y sostenibilidad ambiental. En los territorios inteligentes habitan grupos sociales e instituciones creativas, colegios y universidades, que son la energía y motores de las economías creativas.
Una economía creativa puede estar vinculada a la ciencia, la tecnología, el arte, la historia, los medios de comunicación, la cultura, el turismo, los servicios financieros, la arquitectura, el entretenimiento, la gastronomía, el activismo social, etcétera. En los territorios inteligentes habitan los clúster del conocimiento y ésta es una manera innovadora de encarar el desarrollo local, de ver el tema productivo vinculado a la revolución tecnológica y social. En los territorios inteligentes, la acción del Estado, local y/o nacional, es fundamental.
Gonzalo Chávez A. es economista.
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