Es difícil pedir cordura, sensatez y perspectiva estructural a Narciso cuando se contempla al espejo de macroeconomía. Para él sólo existen las imágenes de corto plazo de indicadores como: crecimiento económico, superávits fiscales o comerciales, nivel de reservas internacionales del Banco Central, entre otros resultados ciertamente buenos.
Hace un par de años, varias economías emergentes, entre ellas Brasil y Argentina, no cabían en sus zapatos y gritaban a los cuatro vientos que estaban viviendo un milagro económico. Sufrían también de narcisismo macroeconómico. El entusiasmo era generalizado, ya que se consideraba a estos países como la salvación de la economía mundial, pero el espejismo terminó muy rápidamente y ahora que el Banco Central de EEUU (la Reserva Federal) comenzó a incrementar sus tasas de interés, muchas de las monedas de las prometedoras economías emergentes comenzaron a temblar y esto es apenas la punta del iceberg. Las debilidades estructurales son profundas pero comienzan a aparecer.
En Bolivia cumplimos militantemente el viejo adagio popular que dice que nadie experimenta en cabeza ajena. Ni nos damos por enterados de estos problemas y seguimos en el trance frente al espejo de las cifras macroeconómicas, ciertamente secundados y estimulados por los carcanchos del FMI, que se desasen en elogios con las autoridades, como lo hicieron en la época neoliberal. Son los besos de suegra, oportunistas, pero pocas veces sinceros, porque cuando vienen los problemas ponen cara de que yo no fui.
Si por un momento pudiéramos alejarnos del espejo, ¿qué lecciones podríamos extraer de lo que está pasando en algunas economías emergentes?
Primero, entender que estamos frente a un viejo problema: se crece rápidamente, gracias a la bonanza externa, pero la transformación estructural es lenta. Y en algún momento llega la hora de que a los modelos económicos, basados en burbujas de consumo, se le acaban los trucos populista y neopopulistas de distribuir rentas.
Segundo, no existe milagro económico si no se concreta una diversificación productiva, un crecimiento significativo de la industria manufacturera, una transformación tecnológica y un aumento de la productividad.
Tercero, la acción gubernamental es fundamental para promover e implementar estas transformaciones, pero no exclusiva; es decir, no se necesita de un Estado rentista, sino de uno eficiente, con excelente capital humano. El entusiasmo del puñito en alto está bien para la foto. No hay desarrollo integral y sostenible sin una intervención estatal inteligente y un sector privado emprendedor e innovador. Puesto de otra manera: no se debe confundir crecimiento económico con desarrollo productivo y social.
Cuarto, la bonanza externa es un golpe de suerte, que en la coyuntura actual vino de la mano de precios elevados de las materias primas, bajas tasas de interés y financiamiento externo abundante, pero esto no es para siempre. La coyuntura mundial muestra que estas condiciones están cambiando.
Quinto, se debe reconocer que se ha mejorado mucho en la administración de las políticas macroeconómicas y Bolivia no es la excepción, pero no se debe confundir lo que son factores habilitadores del crecimiento, como un buen manejo monetario y fiscal, por ejemplo, con los propulsores y sostenedores del crecimiento. Estos últimos están vinculados a reestructuración y diversificación productiva, sobre todo.
Sexto, la globalización comercial y financiera se presentó como una panacea que no fue tal. Las economías emergentes, en especial las pequeñas como Bolivia, son muy vulnerables a los ciclos comerciales y a la volatilidad de los flujos de capital. Es muy conocido que los shocks de ingresos positivos, sean vía comercial o financiera, impulsan fiebres de consumo y burbujas inmobiliarias, que pueden terminar abruptamente. Después no vale decir que no se conocía de este fenómeno. El crecimiento y desarrollo económico no puede basarse tan sólo en la bonanza externa.
Séptimo, el manejo del tipo de cambio debe ser muy cuidadoso. Una apreciación real, si bien puede ayudar a controlar la inflación local en el corto plazo, como es el caso de Bolivia, tiende a destruir la competitividad internacional del país. Después, correcciones del tipo de cambio, como una depreciación abrupta, tienen consecuencias inflacionarias y desordenan la economía. Aquí es recomendable verse en el espejo de Argentina y Venezuela.
En muchas oportunidades, en la reciente historia económica nacional, desde el árbol del poder se subestimó lo que pasa en otros países, éste es un gran error. El súper ciclo de los precios de las materias primas está llegando a su fin y la era del dinero barato y abundante también. Es hora de experimentar en cabeza ajena.
Análisis económico y otras latitudes de la vida y el pensamiento
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