El Carnaval y la otredad epistemológica
Gonzalo Chávez A.
Domingo de Carnaval, el peor día del año para escribir una columna sobre economía y otros quehaceres de la vida social y política. No saben lo difícil que a veces es abandonar el traje de la solemnidad. Usted amable lector debe ser el único ciudadano bien comportado que tiene la cabeza sobre los hombros y está leyendo esta humilde entrega, que felizmente la escribí el viernes pasado. Seguramente, a algunos de ustedes el título pretensioso y con aires antropológicos los atrajo; me disculpo porque los decepcionaré.
Los dispendiosos de la algarabía sostienen que durante el Carnaval se suspende la coyuntura y se abre un paréntesis muy difícil de definir, pero muy agradable de vivir. Para los cultores del ocio y del buen vivir, que no es lo mismo que el vivir bien, éstos son los mejores cuatro días para la fiesta de la carne con todas sus esquinas. Para otros, es un momento para la reflexión, una oportunidad para mandar un mensaje a la conciencia, como recomendaba el hermano Pablo en sus mensajes radiales. Hoy diríamos un whatsApp al disco duro del alma.
Si la coyuntura económica y política está en suspenso, los mal llamados analistas y otras hierbas venenosas simplemente deberíamos callar. Dar un merecido descanso para la lengua calva, la lengua sin pelo que dice todo que debe y no debe. Proporcionar una amable tregua a nuestros sufridos neorrevolucionarios, que tienen una alergia ideológica a las críticas.
Pero no tan rápido compañero cara pálida, todo analista que se preste también debe saber analizar la coyuntura del Carnaval. He pasado demasiados carnavales en Oruro y Río de Janeiro como para no poder decir algo sobre esta fiesta pagana.
Existen varias aproximaciones al evento, que habrían surgido para honrar a Baco, el Dios del vino. Óscar Wilde afirmaba que el Carnaval es el momento en el que la "máscara dice más que el rostro”. Es decir, es el reino de las mil mascaras que dirán mucho más que mil gestos.
Para Roberto de Matta, autor del libro Carnavales, malandros y héroes, existen dos tipos de fiestas y rituales. Unas celebran el orden y buscan disciplinar moral y políticamente a la sociedad. Éstas son las solemnidades que realiza el Estado: paradas militares, celebraciones patrias y otras, por ejemplo. Contrariamente, otras fiestas celebran el desorden y permiten la transgresión y el exceso en determinado tiempo y espacio.
En las primeras se usan uniformes, se gritan consignas y se levanta coquetamente el puño, como por estas tierras revolucionarias; en las segundas, aparecen las máscaras, las risas sustituyen a los gritos y los disfraces permiten el ejercicio de los vicios. En las primas prevalece el discurso solemne, en las otras el modo de comunicación es el baile y el canto.
En este contexto conceptual, la mejor fiesta es el Carnaval, porque es la oportunidad para revolucionar el cotidiano, ponerlo de cabeza sin correr el peligro de ver la realidad invertida permanentemente, como diría el antropólogo brasileño, ya citado.
En el Carnaval, por cuatro días reina el diablo en la tierra del Señor, que para muchos es muy poco tiempo, especialmente para aquellos que cargan una pesada cruz en este valle de lágrimas y son militantes de la fiesta.
Puesto de manera solemne y académica: "el Carnaval es un espacio socialmente controlado, que permite invertir metafóricamente los términos de la vida cotidiana”. Me disculpo por la sesuda cita de Matta en pleno domingo de Carnaval. Sé que cuando la cabeza parece ser del tamaño de un trasatlántico y uno se siente como araña fumigada en baño público, estas erudiciones, por muy cortas que sean, son peores que tomar cerveza caliente cuando se está escupiendo algodones.
En fin, lo que quiero decir es que en el Carnaval es el turno de la otra piel, del otro yo, del otro oye o, simplemente, del otro, la otra; o, de manera más sociológica, de la "otredad” o de manera cronológica, de la otra edad; es decir, la edad del alma. Es un ejercicio de tolerancia, que no se practica con frecuencia. Es la fiesta del otro yo o del otro yaaaa!!??
Está permitido disfrazarse de hombre o mujer, o viceversa, de rico o mendigo, de payaso o político, de solemne boludo de izquierda de los 60 o de yuppie neoliberal insensible, de joven churro o viejo azul Viagra, de Kaliman o Capitán Gay, de la pequeña Lulú o Mama Ojllo.
Es una oportunidad de cambio que puede durar algunas horas y en algunos casos toda la vida. En suma: es una ocasión para que los dueños del poder salgan del armario viejo de sus certezas de pacotilla para ver el otro lado del arco iris de la realidad social y económica, de la coyuntura de la alegría y de la fiesta que, además de ser un momento mágico, genera un fuerte movimiento de dinero e ideas. El Carnaval es un ejemplo de economía creativa.
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