Hace muchos años prevalecen en el imaginario político
nacional dos ideas, que de mucho repetirlas la gente del poder cree que se
convertirán en verdades pétreas. En especial desde la llegada al gobierno del
MAS, éstas se han convertido en mantras ideológico-religiosos, que se repiten
para conjurar todas las dolencias económicas y sociales del país. Se trata de
la industrialización de los recursos naturales y la idea de que estamos en un
proceso de cambio, que en la vertiente económica debe realizarse por etapas.
Primero, la recuperación de la propiedad de las materias
primas; segundo, añadir valor a los minerales y gas natural; tercero, buscar
una mayor industrialización, y así va el cuento el nuevo modelo económico. En
el fondo, se cultiva, con sobredosis de propaganda, la ilusión desarrollista de
que Bolivia puede hacer una revolución industrial sobre la base de la
agregación de valor a los recursos naturales, como Inglaterra, con un pequeño
retraso de 200 años.
Pero -como sostiene Ricardo Hausmann (La verdadera materia
prima de la riqueza)- en el caso de Inglaterra, la contribución más notable de
la extracción de carbón no fue algún producto con valor agregado de este
mineral, sino, más bien, el haber impulsado el desarrollo de la máquina de
vapor para sacar el agua de las minas. Posteriormente, este invento revolucionó
la industria manufacturera y del transporte.
Por supuesto que Bolivia, por muchos años más, será una
economía primaria exportadora, pero el camino que se debe seguir no es
solamente la industrialización de la materia primas, sino también de la
industrialización para los recursos naturales. Más aún, el cambio de la
estructura productiva será real cuando se produzca una diversificación
industrial, pero por ahora concentrémonos en la diferencia no excluyente entre
el de y el para.
La visión tradicional de la industrialización de los
recursos naturales sostiene que estamos condenados a la maldición de los
recursos naturales y que solamente es posible repetir la vieja historia del
desarrollismo de los años 50, a saber: agregar valor a las materias primas.
En esta línea de pensamiento, la minería tradicional debe
dar lugar a la siderurgia, el gas debe permitir la creación de la industria
petroquímica. O en términos de
productos, el mineral bruto se convierte en lingote y el gas natural en urea o
una bolsa plástica.
Obviamente, este camino puede ser seguido, pero refuerza la
vocación primario exportadora con encadenamientos verticales. Si el mercado de
las materias primas se cae, arrastra a toda la cadena.
La industrialización para los recursos naturales o
industrialización conexa no niega la anterior opción, pero apuesta por una
diversificación productiva real. Ésta es la vía seguida por Finlandia, por
ejemplo.
Si en los años 70
esta economía sólo hubiera industrializado agregando valor a la madera, hoy
sería un país exportando sofisticados y bellos muebles con muchos problemas
medioambientales y con un mercado muy difícil que prefiere muebles de otros
materiales.
Pero Finlandia apostó por una industrialización diferente.
Convirtió un pedazo de madera, un k’ullu, en un celular. Ciertamente no fue
agregando valor a la madera, sino añadiendo valor a las capacidades existentes
y nuevas para producir madera.
Según Hausmann, los finlandeses, de tanto cortar árboles y
cepillar maderas, descubrieron que las hachas y serruchos ingleses perdían filo
y no funcionaban bien en sus bosques fríos. Primero, reparando las herramientas
y volviendo a afilar las hachas y, segundo, adaptándolas a su tipos de árboles,
se dieron cuenta de que podían hacer mejores serruchos y hachas más duras y
filosas.
El aprovechamiento de ciertas capacidades, convertidas en
ideas creativas y nuevas tecnologías, permitieron desarrollar otras
capacidades. Comenzaron a agregar valor a la materia prima, pero también a los
instrumentos y formas de organización que permitían bajar árboles y cortar la
madera de manera más eficiente. Así empezaron a producir mejores máquinas para
talar árboles y equipos más eficaces para pulir madera.
El siguiente paso fue descubrir que las máquinas que
desarrollaban para cortar madera podían también cortar otros materiales.
Después de un proceso no muy largo vieron que, dado que sabían tanto de
maderas, podrían dar un salto a equipos especializados para muebles.
Simultáneamente, los leñadores en los gélidos y lejanos
bosques de Finlandia tenían enormes dificultades para comunicarse entre ellos y
para atender pedidos de los aserraderos, y, nuevamente, se buscó generar valor
agregado, no a la materia prima, sino a una industria conexa. Los
radiotransmisores gringos no eran buenos en las montañas finlandesas, entonces
aprovecharon que en el pasado se había desarrollado una industria de cables y
radios en el país, y decidieron hacer mejores equipos de comunicación, que
terminaron en los famosos celulares Nokia.
Fue una industrialización para los recursos naturales y no
solamente de los recursos naturales. Todo esto, por si acaso, con un fuerte
impulso estatal, que entendió que el desarrollo sostenible no esta sólo en la
Pachamama, sino en la diversificación industrial conexa, que puede ser
implementada de manera simultánea en varios sectores, superando el etapismo.
Pero, sobre todo, invirtiendo en agregar valor al factor de producción más
importante en una economía: el capital humano.
1 comment:
La verdadera razón del éxito de la población finlandésa:
https://es.wikipedia.org/wiki/Informe_PISA
Primera meta ahora: Participar y ganar al Perú.
Post a Comment