Escribo para que me escuchen. La palabra trazada deja memoria en el tiempo. A la palabra hablada se la lleva el viento. La palabra escrita permite que las generaciones del futuro conozcan las ideas del presente. El acto de escribir es una tentativa de buscar la inmortalidad a través del ejercicio democrático de las ideas. Pocos lo logran. Probablemente a los escribidores de domingo se los olvida el "San Lunes”.
Entre tanto, más allá de buscar el recuerdo imperecedero, escribir es un oficio que da placer porque comunica sin hablar, permite el encuentro sin presencia. Pero, sobre todo, escribir para ser escuchado es terapéutico, lava los recovecos del alma, ayuda a exorcizar -en dosis pequeñas- los demonios que habitan nuestras esperanza; no siempre con éxito, pero intentarlo ayuda a seguir en el camino.
Es sacudirse de las certeza de pacotilla tan presentes en las máscaras del día a día, para cultivar las alas del espíritu crítico. Es una forma de reflexionar con los dedos del pensamiento y con los latidos del corazón. Es un ejercicio de libertad pleno que incomoda a muchos, especialmente a los poderosos de turno.
Ahora bien, escribir es por definición un acto solitario que se convierte en un episodio colectivo cuando a uno lo leen. Escribir una columna es juntar a la gente sin que tenga que reunirse, es convocar a un debate de múltiples voces que se oyen a través del eco de las palabras escritas.
A veces imagino que los domingos la gente se encuentra en varías esquinas de mi artículo para conversar conmigo, pero también sospecho que brindo asuntos y controversias para que mis amables lectores pueblen sus horizontes.
Las charlas que entablo con mis lectores son muy diferentes, más pausadas y pensadas. Es como conversar a través de las viejas radios de comunicación, aquellas que después cuando uno habla, en este caso escribe, y tiene que decir: "!cambio!”, para recibir la respuesta, sólo que el intervalo puede durar días, meses o inclusive años.
Transcurrido este tiempo, siempre hay alguien que responde: "Lo que dijiste en tal artículo no me parece, o estoy de acuerdo con tu comentario”. Muchas veces estas son las mejores pláticas, porque están maceradas en los vinos del tiempo, han superado las urgencias de la coyuntura, por lo que se convierten en grandes encuentros.
Escribir una columna es reescribirla hasta que tengan música, pero, sobre todo, es esperar cocinado en los fuegos de la angustia su publicación, que es cuando las letras sueltan sus múltiples voces.
Mi primer artículo fue una crítica al D.S. 21060, que titulaba: "Cuatro años de la Nueva Política Económica. Una victoria de Pirro”. Salió a la luz el 9 de octubre de 1989, en el recordado periódico Presencia. Quiere decir que hace muy pocas semanas completé 25 años de este noble oficio, que nunca me fue remunerado, pero que, ciertamente, me ha brindado la mejor recompensa que uno puede esperar: su amistad. Gracias por leerme ayer y hoy. Gracias totales, integrales y globales, como decía Cerati, por festejar mis Bodas de Plata, como escribidor de fin de semana, leyendo esta última entrega del año.
Mi primer ensayo lo reescribí por lo menos 10 veces. El trabajo de hoy lo revisé cuatro. Mejoré, pero el frío en la barriga, el miedo al debut de todos los domingos continua. Antes aguardaba, militando en la ansiedad, la llega del periódico y ahora espero, igual de impaciente, que suban la edición virtual a internet.
Las preguntas son las mismas, aunque se reinventan en su forma e intensidad: ¿Habré expresado bien mis ideas? ¿Puse todos los datos adecuados para sostener el argumento? ¿Se me habrá ido la mano en la crítica? ¿Fui lo suficientemente didáctico? ¿Dije alguna barbaridad? ¿Los correctores le habrán metido mucha mano al artículo? ¿Fui muy duro con alguien?
Obviamente es un ejercicio inútil porque las malas o buenas ideas ya están talladas en el papel, al igual que la emoción, la alegría y la ansiedad de ser juzgado y criticado. Es tarde, los dardos y dados están lanzados, ya no me pertenecen. Los análisis, los errores, las afirmaciones y opiniones navegan en los mares de la opinión pública.
Por deformación profesional debo colocar cifras a mis Bodas de Plata. En todo este tiempo debo haber escrito unos 700 artículos en Presencia, La Razón, Página Siete, Los Tiempos, Correo del Sur, El Día. En promedio le he dedicado tres horas a cada entrega, lo que equivale a 2.100 horas de trabajo.
Cada columna tiene alrededor de 850 palabras, lo que significa que he utilizado como 595 mil vocablos para expresar mi rollo. Es bastante trabajo y me siento orgulloso de ello, pero hoy estoy algo cansado. No tengo más que decir este año.
Brindo feliz por estas Bodas de Plata. Nos vemos en enero del 2015, para iniciar otra jornada, que Dios dispondrá si es por otros 25 años. Felices fiestas de fin año.
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