Monday, July 3, 2017

Nada por aqui. Nada por allá. !Fuera manos. Trabaja vista!

A la voz de "nada por aquí, nada por allá ¡fuera manos, trabaja vista!”, el 1 de mayo de 2006, el nuevo gobierno realizó el truco de magia política más exitoso de su gestión. Para asombro de la audiencia ávida de un cambio,  el mago neorevolucionario sacó el sombrero de copa alta, se puso los guantes blancos, colocó al Ejército en su mejor gala de guerra, colgó sendos letreros decorados con vistosas whipalas y a la cuenta de tres, extrajo de la galera, ante el asombro y júbilo del público, el gordo conejo de la nacionalización que hizo llover dinero. A rigor, esta medida fue una renegociación de contratos con las empresas petroleras transnacionales y no una expropiación, como se esperaría de una nacionalización clásica. 

 En la época,  dicen las malas lenguas vendepatrias que el renombrado ilusionista David Cooperfield al enterarse de semejante hazaña se preocupó por su reinado en el mundo del encantamiento. En un país pequeño como Bolivia, la magia de la nacionalización había generado cientos de millones de dólares adicionales a las arcas del Estado y elevado la popularidad del hechicero a 80%. Los trucos de hacer desaparecer elefantes o edificios quedaron avergonzados ante la aparición de montañas de dinero.

  Por supuesto, los ríos de dinero que surgieron prácticamente de la nada, como se dice técnicamente,  fueron atribuidos a la nacionalización de los hidrocarburos. Así comenzó un magnífico presterío del consumo en el país, cuyo pasante, con el pecho inflado como huminta cochabambina, era YPFB. 

 Los ingresos provenientes del impuesto directo a los hidrocarburos (IDH) subieron de $us 5.497 a 15.602 millones; es decir, crecieron en 184%. Gobernaciones, municipios y universidades también  recibieron lo suyo, sus ingresos escalaron de $us 10.329 a 29.225 millones, un salto de 183%.

  El pasante YPFB incrementó sus ganancias -redoble de tambores, doradas trompetas del proceso de cambio en do mayor, salva de media hora de cuetillos pendejos y un largo ¡chachachan!- en 6.876% entre 2006  (Bs 97 millones) y 2014  (Bs 6.878 millones). ¡Ay Mamita de Urkupiña, las cosas que haces cuando te piden plata!

  A los herejes que se atrevieron a preguntar si no había también un efecto precio del petróleo (que llegó a 110 dólares el barril en la época) y el gas natural (10 verdes el millar de pies cúbicos) en la explicación de los nuevos ingresos, se los despellejó en plaza de la opinión pública, acusándolos de herejes apátridas y víboras ponzoñosas de las ciénegas neoliberales.     

  También la magia de la nacionalización llegó a la macroeconomía a través de magníficos superávits fiscales. Entre el 2006 y el 2013 el excedente del Estado fue de 1,8% del Producto. 

Entre tanto, el tiempo, el implacable, pasó "sin medida ni clemencia”, como reza  el glorioso vals, y a partir de  2014 los datos cambiaron de curso vertiginosamente. En efecto, los ingresos por el IDH cayeron de $us 15.602 a 6.163 millones, una reducción de 60% en dos años.  Las rentas de las gobernaciones, municipios y universidades se contrajeron en 35% entre el 2014 ($us 29.225) y el 2016 ($us 19.046 millones). En la misma dirección fueron las ganancias de YPFB, que pasaron, en caída libre,  de la friolera de  Bs 6.767 en el 2014 a  Bs 254 millones en el 2016, una contracción del 96%. Y en sintonía con el periodo de vacas flacas, en el mercado internacional del petróleo y el gas natural  volvieron los déficits  públicos  elevados;  a saber: el 3,4% del Producto en el 2014; el 6,9% en el 2015; el 6,6% en el 2016 y para el año que transcurre se espera un agujero público de  7,8% del PIB. 

 ¿Qué pasó? ¿Chakatau nacionalización? ¿Hubo una conspiración de  Cooperfield para denostar a los magos nacionales? ¿El fascinador local perdió el encanto y velocidad de los dedos? No, nada de eso. 

  A rigor, ocurrieron dos cosas: primero, terminó el súper ciclo de precios de las materias primas, y, segundo, la nacionalización de los hidrocarburos  -que aún flamea en los mástiles del glorioso proceso de cambio como el divisor de aguas de la economía nacional- mostró que se le atribuían virtudes que no tenía. El fetichismo de la nacionalización se desvaneció. 

 Porque, en buena ley,  el salto en los ingresos  públicos venía del maravilloso incremento de los precios del petróleo e indirectamente del valor del gas natural y no de la nacionalización per-se. El haber incrementado la participación del Estado en la torta petrolera,  subiendo los impuestos en el sector, fue una buena idea tributaria, pero fue un truco menor, una alegría financiera de humo y de corto plazo, porque dependía del aumento de los precios del petróleo. De hecho, ahora que el precio del crudo está en torno de los 45 dólares el barril y el valor del gas natural está entre cuatro y seis verdes el millar de pies cúbicos, y los impuestos de los hidrocarburos no se modificaron, los ingresos se desplomaron. 

  En suma: durante más de 11 años  el discurso político y propagandístico atribuyó, a la medida de la nacionalización, la bonanza económica, cuando en realidad eran los precios fabulosos de los hidrocarburos los que explicaban los mayores ingresos.  Ahora que se derrumban los precios del crudo y, por ende, del gas natural, muy convenientemente, se echa la culpa de la crisis financiera de ingresos, ahora sí a la caídas de precios y les aseguro que más adelante al imperio. 

  Ahora el mago en cuestión sigue vendiendo su charque: "jovena revolucionario, papito churro, cholita amorosa, acérquese sin miedo, voy a hacer la magia del siglo, oye chiquito de azul no me pises la víbora no ve que es de plástico. Nada por aquí, nada por allá. ¡Fuera manos trabaja vista!”.
 
Pero ahora,  frente una disminuida asistencia, sale de galera un escuálido ratón que ya no impresiona a nadie. 

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