El Gobierno nacional tiene una curiosa lectura de los impactos
del contexto internacional sobre la economía nacional, en especial sobre los
ingresos que provienen de las exportaciones. Padece el síndrome del
cíclope bizco. Cuando los precios de las materias primas están por los cielos,
como en el periodo 2006 – 2014, la bonanza económica es atribuida a las
virtudes de las políticas públicas locales, en general, y a la nacionalización,
en particular.
Las energías telúricas del nuevo modelo económico nacional serían tan poderosas
que incluso habrían influido en la mayor demanda de recursos naturales y
alimentos por parte de los chinos, que fue una de las razones para la escalada
épica de los precios de las materias primas hasta el año 2014.
En
épocas de mejor crecimiento económico, el cíclope bizco sólo mira a la
izquierda, se focaliza en los factores internos para explicar la bonanza. Entre
tanto, cuando se produce un deterioro de las variables macroeconómicas, caen
los ingresos comerciales y fiscales, y, por lo tanto, el crecimiento de la
economía se desacelera, el polifemo del ojo desviado da una vuelta entera para
echar la culpa de los problemas económicos al contexto externo y desde una
perspectiva más ideológica, a las conspiraciones del imperio.
Esta lectura
sesgada de la coyuntura económica internacional busca construir el país de los
cíclopes, la nación con un solo punto de vista donde el tuerto es ciego. Pero
¡ojito!, la realidad es caprichosa y compleja.
Ahora
bien, mirando la realidad económica de un país pequeño como Bolivia y
rescatando la multiplicidad de las miradas, que permite
la democracia de las ideas, el comportamiento del sector externo, en
gran medida, es el origen de lo bueno y de lo malo de lo que pasó en la economía
desde su fundación, sobre todo porque, independientemente del modelo económico,
siempre mantuvimos un elevado grado de apertura externa y una excesiva
concentración de exportaciones de recursos naturales.
Primero,
una verdad de Perogrullo, seguimos exportando cuatro materias primas en bruto
que representan más del 90 % de los ingresos nacionales, lo que hace que la
economía sea tremendamente vulnerable a los vaivenes de los precios.
El
grado de diversificación de ventas al mercado internacional es muy bajo. Y por
el lado de las compras de afuera, el coeficiente de importación es elevado.
Según el Banco Mundial, en 2014 éste llegó al 42% del Producto Interno
Bruto (PIB), cuando en 1960 esta variable estaba en 19% del PIB.
Nuestra
dependencia de los bienes de otros países ha aumentado, la cual consiste en la
apreciación del tipo de cambio real y la cantidad de gente que se dedica al
comercio legal e ilegal de importaciones. Este es el sector en el cual la mayor
ascensión social se produjo. Esta realidad comercial muestra que el
discurso nacionalista y de protección del mercado local nunca salió del papel.
Segundo,
desde una perspectiva más de corto plazo, hace tres años que la economía
registra un déficit comercial de un promedio del 3% del PIB. En valores, en
2017 se podría llegar a 1.200 millones de dólares. Revertir esta tendencia
depende de los santos de los recursos naturales, de los cuales dependen los
precios que, de hecho, parece que están respondiendo a los rezos de los
bolivianos, porque desde mediados de 2017, el petróleo, los minerales y la soya
han mejorado su valor, aunque nosotros no hicimos nuestra tarea, porque la
producción de estos productos ha bajado.
Entre tanto, lo más preocupante es que la tendencia a la caída de ingresos de
exportaciones no está asociada sólo al ciclo coyuntural de precios o nuestras
dificultades de oferta, sino que, a partir de 2019, cuando renegociemos el
contrato con Brasil, es altamente probable que enfrentemos cambios
estructurales en el modelo de negocios de gas natural, porque produciría una
caída de ingresos más de largo plazo por la venta de este energético.
En
concreto, el nuevo contrato con Brasil, desde el lado de la oferta, enfrentaría
problemas con el nivel de reservas de gas para atender las compras del vecino
y, por el lado de la demanda, las dificultades podrían ser mayores, a saber:
menores y más complejas de compras de parte de varios clientes en Brasil,
sobre todo privados, y precios de venta del gas natural que ya no estarían
conectados a los humores del petróleo.
Es
altamente posible que los futuros precios de gas respondan a mercados propios
de este energético, como el Henry Hub, cuyos valores comerciales en el pasado
han estado por debajo de los precios del gas indexados al petróleo. Podríamos
estar frente a un choque estructural de ingresos.
Tercero,
y último, y no por eso menos importante, el país, a pesar de la bonanza
económica, presenta bajos niveles de competitividad y poca diversificación
productiva. Según el FMI, la apreciación cambiaria en Bolivia estaría en
torno del 26%, lo que perjudica nuestras exportaciones, en especial las no
tradicionales.
Así
mismo, incrementos salariales por encima de la productividad restan
competitividad a la economía. Entre 2006 y 2016, el salario mínimo subió
en promedio el 14%, en cuanto la inflación se incrementó en 6% en el mismo
periodo. Si bien ésta fue una buena noticia para los trabajadores formales,
complicó a las empresas exportadoras, que no vieron un incremento similar en la
productividad laboral, perdiendo competitividad.
Y
también están las limitaciones de orden institucional y políticos que nos
colocan en los rankings de competitividad en los puestos más bajos, y nos
complican las exportaciones. World Economic Forum, posición 117 de 121, y el
Doing Business del Banco Mundial, colocación 152 de 190.
En
suma, no es conveniente adoptar el síndrome del cíclope bizco al analizar la
dinámica del sector externo; es mejor una visión plural de los desafíos de
generar y diversificar los ingresos para la economía boliviana.
Gonzalo Chávez A. es
economista.
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