Después de 12 años de populismo rentista, que apuesta más a la distribución de la riqueza de corto plazo que a la creación de ésta, el tema de la productividad de la economía está completamente ausente del debate nacional y de la agenda de políticas públicas.
En Bolivia, el concepto de productividad ha sido exiliado del imaginario político y económico por considerarlo un concepto que proviene del marco propositivo neoliberal. Por supuesto, este es un error de grueso calibre. No puede existir crecimiento económico, desarrollo sostenible y mejora en condiciones sociales si los trabajadores, las máquinas y las tierras, de manera separada o combinada, no producen bienes y servicios de manera más eficiente y en menos tiempo.
Con muy buen tino, la Corporación Andina de Fomento (CAF) ha elaborado un documento titulado: Instituciones para la productividad. Hacia un mejor entorno institucional, en el que presenta hallazgos muy interesantes y recomendaciones motivadoras para el caso boliviano. (Aprovecho la columna para un comercial: debatiré este tema con representantes del Gobierno y del sector privado el día 22 de noviembre, a partir de 9:00, en la oficinas de la CAF en La Paz y transmitiré al vivo por Facebook).
Una manera tradicional de medir desarrollo y bienestar es comparar el producto per cápita de países más avanzados con economías en vías de desarrollo como Bolivia. Por ejemplo, según otro estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Creciendo con competitividad, en 2014, el PIB per cápita promedio de América Latina era el 22% del de Estados Unidos, en el caso boliviano esta variable era del 12% para el mismo periodo.
Otros estudios muestran que cerrar esta brecha tomaría por lo menos 100 años, creciendo a un promedio 5% por año y de manera sostenida. ¡Ay Tatita!, el camino es largo.
En Bolivia, la productividad total de los factores de producción (trabajo, máquinas y tierras), entre 1970 y 2015, aumentó tan sólo en 0,1%, según el BID. Ahora bien, si analizamos el crecimiento de la productividad ajustada por educación (años de escolaridad), salud (sobrevivencia después de los 65 años) y utilización de capital), Bolivia registra un valor negativo, -0,59%.
También utilizando el mismo periodo, la productividad laboral promedio de la economía en Bolivia fue de tan sólo 0,4%. Más allá de que en las últimas décadas hubo ciertas mejoras, en el tema de la productividad estamos frente a un estancamiento secular. Quiere decir que tanto gobiernos neoliberales como estatistas se aplazaron feo en el tema de la productividad. Así que nadie puede cantar de gallito. Esta es una asignatura pendiente de mediano y largo plazo pero que debe comenzar hoy.
Estudios como del BID muestran que esta baja productividad se debe a la enorme informalidad de la economía boliviana. Fuentes nacionales como del Cedla sostienen que la informalidad laboral llega al 80% en Bolivia. Otro estudio del FMI -que define la economía informal de una manera más amplia a saber: como aquella que incluye las actividades que no pagan impuestos, que no cumplen las normas laborales, de seguridad industrial, social y medioambiental- sostiene que entre 1990 y 2015 en Bolivia el tamaño promedio de la economía informal fue de 62,3%.
Como acostumbran a decir los neorevolucionarios, cuando hablan de los resultados macroeconómicos : “No lo decimos nosotros, lo dicen los organismos internacionales”. Así que nobleza obliga, los bajos índices de productividad y enorme informalidad, no lo decimos los opinadores, sino las mismas instituciones que les echan flores.
En Bolivia, el concepto de productividad ha sido exiliado del imaginario político y económico por considerarlo un concepto que proviene del marco propositivo neoliberal. Por supuesto, este es un error de grueso calibre. No puede existir crecimiento económico, desarrollo sostenible y mejora en condiciones sociales si los trabajadores, las máquinas y las tierras, de manera separada o combinada, no producen bienes y servicios de manera más eficiente y en menos tiempo.
Con muy buen tino, la Corporación Andina de Fomento (CAF) ha elaborado un documento titulado: Instituciones para la productividad. Hacia un mejor entorno institucional, en el que presenta hallazgos muy interesantes y recomendaciones motivadoras para el caso boliviano. (Aprovecho la columna para un comercial: debatiré este tema con representantes del Gobierno y del sector privado el día 22 de noviembre, a partir de 9:00, en la oficinas de la CAF en La Paz y transmitiré al vivo por Facebook).
Una manera tradicional de medir desarrollo y bienestar es comparar el producto per cápita de países más avanzados con economías en vías de desarrollo como Bolivia. Por ejemplo, según otro estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Creciendo con competitividad, en 2014, el PIB per cápita promedio de América Latina era el 22% del de Estados Unidos, en el caso boliviano esta variable era del 12% para el mismo periodo.
Otros estudios muestran que cerrar esta brecha tomaría por lo menos 100 años, creciendo a un promedio 5% por año y de manera sostenida. ¡Ay Tatita!, el camino es largo.
En Bolivia, la productividad total de los factores de producción (trabajo, máquinas y tierras), entre 1970 y 2015, aumentó tan sólo en 0,1%, según el BID. Ahora bien, si analizamos el crecimiento de la productividad ajustada por educación (años de escolaridad), salud (sobrevivencia después de los 65 años) y utilización de capital), Bolivia registra un valor negativo, -0,59%.
También utilizando el mismo periodo, la productividad laboral promedio de la economía en Bolivia fue de tan sólo 0,4%. Más allá de que en las últimas décadas hubo ciertas mejoras, en el tema de la productividad estamos frente a un estancamiento secular. Quiere decir que tanto gobiernos neoliberales como estatistas se aplazaron feo en el tema de la productividad. Así que nadie puede cantar de gallito. Esta es una asignatura pendiente de mediano y largo plazo pero que debe comenzar hoy.
Estudios como del BID muestran que esta baja productividad se debe a la enorme informalidad de la economía boliviana. Fuentes nacionales como del Cedla sostienen que la informalidad laboral llega al 80% en Bolivia. Otro estudio del FMI -que define la economía informal de una manera más amplia a saber: como aquella que incluye las actividades que no pagan impuestos, que no cumplen las normas laborales, de seguridad industrial, social y medioambiental- sostiene que entre 1990 y 2015 en Bolivia el tamaño promedio de la economía informal fue de 62,3%.
Como acostumbran a decir los neorevolucionarios, cuando hablan de los resultados macroeconómicos : “No lo decimos nosotros, lo dicen los organismos internacionales”. Así que nobleza obliga, los bajos índices de productividad y enorme informalidad, no lo decimos los opinadores, sino las mismas instituciones que les echan flores.
La baja productividad también tiene que ver con el “enanismo empresarial”, micro y pequeñas empresas concentradas en el comercio y servicios en Bolivia, en realidad estrategias de sobrevivencia, sistemas de empleo familiar originadas en la desesperación de salir de la pobreza.
Obviamente, asociado a esta precariedad está el viejo tema de falta de diversificación productiva y del poco desarrollo del sector exportador no tradicional. Finalmente, y no por eso menos importantes, otros temas que no ayudan al aumento de la productividad son el limitado desarrollo financiero, y el bajo nivel de innovación tecnológica de la economía boliviana.
A pesar del crecimiento significativo del microcrédito, muy concentrado en el comercio, un índice de penetración financiera, calculado por el estudio del BID, no pasa de 0,2, cuanto en países de mayor desarrollo esta variable se aproxima al 1. En materia de desarrollo tecnológico estamos en cero.
El diagnóstico de tanto el estudio de la CAF como del BID es completo y lapidario, pero no se quedan en los antecedentes, hacen propuestas de políticas públicas que vale la pena leerlas. En el caso de las sugerencias de la CAF, podremos debatirlas el jueves 22 de noviembre. Entre tanto, el desafío está lanzado para la academia, el sector privado, el Gobierno y la oposición: el verdadero cambio del modelo económico en Bolivia pasa por colocar el tema de la productividad en primer lugar.
Gonzalo Chávez A. es economista.
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