Ciertos dirigentes de los mineros cooperativistas han afirmado que si no obtienen lo que quieren con la ley minera que ellos elaboraron, podrían sacar al presidente Morales del poder, donde ellos mismos lo habrían puesto. El casamiento político por conveniencia entre los cooperativistas mineros y el Gobierno está en crisis.
Desde las esferas del Estado, ¡oh sorpresa!, han descubierto que los otrora vanguardia revolucionaria del proceso de cambio no son más que unos capitalistas depredadores; mientras los mineros de las cooperativas se han decepcionado del tipo de gestión pública que le había ofrecido el oro y el moro.
¿Éste es un hecho aislado o más bien revela el modus operandi de un Estado corporativista? ¿Un modelo de gobernabilidad clientelar en la gestión de rentas económicas o de un grupo social cuyo objetivo es capturar rentas y privilegios por encima del interés común? Intentemos responder a estas interrogantes.
A mediados de la década de los años 80, con la recuperación de la democracia, los partidos políticos eran los instrumentos de mediación entre los intereses de la sociedad y el Estado. Éstos, durante más de 20 años, a través de diferentes pactos políticos, consiguieron ciertos grados de gobernabilidad que permitieron equilibrios políticos y la implementación de un modelo de desarrollo económico, ahora conocido como neoliberal.
El desmoronamiento de este sistema comenzó cuando los partidos políticos tradicionales se alejaron de la sociedad y convirtieron al Estado en un espacio de arreglos espurios y clientelares, que sólo reflejaban intereses de ciertas élites políticas y económicas.
La ruptura entre la sociedad y los partidos políticos llevó a una crisis grave de gobernabilidad, que posteriormente se convirtió en una crisis estatal y económica. Las luchas intestinas entre caudillos, un modelo económico que no atendía las necesidades de la gente, un Estado que subastaba privilegios entre grupos económicos y un descrédito profundo de la clase política produjo la desaparición de este sistema.
A partir de 2006, la sociedad boliviana votó por una alternativa política que prometía un nuevo sistema de gobernabilidad y gestión del excedente económico. Los intereses de la sociedad se aglutinaron en movimientos sociales. La voz política se legitimaba a través de sindicatos, confederaciones, comités regionales, agremiaciones, juntas vecinales, entre otros. La mediación entre sociedad y Estado pasaba por estos grupos corporativos.
El poder político del MAS se sustentaba en un pacto entre diferentes corporaciones, conocidas como el Pacto de Unidad, que en un principio tenía una doble referencia aglutinadora: por un lado, en los grandes temas nacionales, como la nacionalización del sector de hidrocarburos o la elaboración de una nueva Constitución Política del Estado; y, por otro, en la garantía de rentas económicas bajo control del Estado. Piense en los cocaleros, que están liberados de pagar impuestos; en ciertos gremios de comerciantes que se benefician de un tipo de cambio real apreciado, o en los cooperativistas mineros, que prácticamente tomaron el control de la explotación minera.
En el discurso se buscaba la construcción de un nuevo bloque histórico que desmontaría el neocolonialismo y neoliberalismo, pero en la práctica se crearon clientelas políticas a cambio de privilegios económicos.
Con diferentes ritmos, los movimientos sociales colocaron en un segundo plano el horizonte de los intereses nacionales y comenzaron a buscar la materialización del pedacito del paraíso económico ofrecido por el proceso de cambio.
Pasó el momento de la poesía jurídica, comenzó el juego bilateral entre las corporaciones y el Estado. La lucha por las rentas se puso más dura en un contexto de hiperinflación de expectativas.
Se inició la disputa por los pedazos de la felicidad financiera instantánea que el Gobierno había prometido. Se crearon las condiciones para el surgimiento del neopopulismo económico. El Estado, mediante leyes y políticas públicas, favorece a determinada cooperación según el calibre de su lealtad política: hoy por ti, mañana por mí. Tu voto de apoyo y, a cambio, mecanismos para la captura de rentas económicas.
El caso extremo de este modelo de gobernabilidad y gestión de recursos se da hoy con los poderosos cooperativistas, que elaboraron su propia ley minera para consolidar sus privilegios bajo el patrocinio y amparo del Gobierno, pero, aparentemente, se les fue la mano en el pedido.
El Estado, que debía velar por los intereses colectivos, se convierte en el espacio de la sociedad política de los socorros mutuos de grupos particulares: el paraíso del "toma daca”, de la lógica de dando privilegios es que se recibe apoyo. Y cuando los discursos y las buenas maneras ya no son suficientes para defender los intereses, la disputa se traslada a las calles, a las dinamitas, a los bloqueos, las marchas, a la disputa por las rentas mineras a puño limpio.
Análisis económico y otras latitudes de la vida y el pensamiento
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