Si alguna vez, en un debate entre economistas o políticos, usted está confundido sobre la identidad neoliberal de alguno de los participantes, hay una prueba que pocas veces falla. Pregúntele su opinión sobre el rol de los subsidios en la economía. La reacción será física, verá que el seguidor de la mano invisible del mercado se transformará en Hulk, y verde de rabia le dirá que los subsidios distorsionan la asignación de los recursos, que enceguecen los precios y que desfiguran completamente los mecanismos de la oferta y la demanda. Por definición y por convicción, un neoliberal condena cualquier tipo de subsidio o subvención. Por eso sorprende que, en tiempos neorevolucionarios, de lo más alto del altar del poder, se despotrique frecuentemente contra el subsidio a los derivados del petróleo. El tema está obsesivamente en la agenda de la política pública, no obstante que el Gobierno el 2010 se salvó por milímetros de lanzarse, estilo palomita, al precipicio del rechazo popular. Cabe recordar que sin que medie ninguna presión, se dictó un feroz gasolinazo justificándolo con argumentos típicamente neoliberales, es decir condenando los subsidios. Más bien a última hora se evitó el suicidio político, se revertió la medida del incremento de los precios de los hidrocarburos, pero en el discurso político se siguió insistiendo en su necesidad.
¿Pero por qué incomoda tanto a los dueños del poder el tema del subsidio a la gasolina y el diésel? ¿Es un tema de principios? ¿El Gobierno es más neoliberal de lo que dice? ¿Es una forma de tener con el Jesús en la boca a los beneficiarios de las subvenciones? ¿No se cuenta con el dinero para cubrir estos gastos? ¿Volverá el tema en la campaña electoral?
Antes de ensayar algunas hipótesis de respuestas, hagamos algunos avances teóricos sobre el tema. Un subsidio es un apoyo financiero o en especie a empresas, personas u organizaciones. Puede haber ayudas específicas a un grupo, como el Juancito Pinto, o subsidios generales como a la gasolina que benefician a toda la población. Buena parte de la industrialización de los ahora países desarrollados se ha iniciado con algún tipo de subsidio a la oferta a través de algún apoyo a los costos de los factores de producción (créditos concesionales, asistencia técnica gratuita, energía barata u otros) y/o la mantención de precios de venta artificialmente elevados. Ejemplos clásicos en esta dirección son el subsidio a los agricultores de la Unión Europea o la industrialización de Corea del Sur.
Los subsidios pueden estar más concentrados en temas sociales. El seguro al desempleo es uno de los más conocidos, éste permite que una persona reciba un pago en cuanto no tiene trabajo. Medicinas baratas es otro ejemplo de subvención social. En suma, los subsidios son legítimos instrumentos de políticas públicas que se usan en muchas partes en el mundo.
En este contexto, reformulo las preguntas anteriores en una sola: ¿por qué la bronca de un Gobierno que se dice de izquierda contra el subsidio a los derivados del petróleo? Obviamente me resisto a creer que se trate de un tema ideológico. ¿O será que en los principales ministerios del área económica, después de casi ocho años de Gobierno, aún existen lobos neoliberales vestidos de ovejas neorevolucionarias? Me inclino por explicaciones de economía política. El subsidio a la gasolina y el diésel favorece a ciertos grupos que están fuera del espectro ideológico del Gobierno. Alguna vez se dijo: no puede ser que los ricos y las clases medias, que tienen varios jeeps de lujo, sean subsidiados por el Estado. Asimismo, seguramente a los más radicales en el poder les causa urticaria estar ayudando a los enemigos de clases, la burguesía de Santa Cruz que recibe diésel barato. Aunque en los últimos meses se ha llegado a una paz táctica, entre el Gobierno y la agroindustria, debido a las elecciones, el tema del subsidio al diésel es una asignatura estratégica pendiente. Se estima que el subsidio al diésel, la gasolina y el GLP está en torno de mil millones de dólares. Con esta montaña del dinero mucha gente desde la cúpula del poder se debe imaginar haciendo centenas de obras y canchas de fútbol. El freno a los grupos que, dentro de la nave estatal, son contrarios a los subsidios tiene también una lectura pragmática. Esta subvención favorece a la gente común especialmente a través de tarifas muy bajas del transporte urbano y rural y a productores agroindustriales pequeños.
Sin duda alguna, el tema del subsidio a los hidrocarburos seguirá en la agenda de las políticas públicas y será un eje caliente del debate electoral. Pero por el momento nadie cometerá suicidio político planteando, menos aún implementado, el retiro de esta subvención.
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