Desde el año pasado se vislumbraba un contexto internacional adverso a la economía boliviana. Los precios de los minerales continúan -como dice el tango- cuesta abajo en la rodada. El valor del petróleo, que sirve de referencia para el cálculo del precio del gas natural, cayó de los majestuosos 100 dólares por barril, al abismo de los 40 verdes, aunque ahora existe una leve recuperación. Inclusive los precios de soya y la quina muestran agotamiento.
El súper ciclo de precios de las materias primas ha llegado a su fin. Una contracción de ingresos de exportación están en curso. Estos hechos fueron mencionados, en repetidas ocasiones, por analistas económicos y organismos internacionales. También se alertó que la caída de los precios de las materias primas tendría consecuencias sobre el crecimiento económico.
La respuesta de los sacerdotes del poder fue unánime y soberbia. La economía nacional está blindada contra los sucios ciclos del capitalismo. Al nuevo modelo económico no se le mueve un pelo porque se basa en el mercado local. Además, se cuenta con reservas internacionales de más de 15.000 millones de dólares del Banco Central de Bolivia para hacer frente a un posible invierno financiero.
El optimismo macroeconómico se tradujo en el Presupuesto General de la Nación de 2015. Crecimiento del producto de 5,9%, inflación del 5%, déficit público de 3,6%, inversión pública récord de 6.000 millones de washingtones. Además se mencionó que en otras ocasiones el precio del petróleo también había bajado y los timoneles de la política económica habían capeado la tormenta sin despeinarse. Con solemnidad se pontificó: la crisis internacional no llegará a las cumbres de la revolución.
Los opinadores locales -aves ponzoñosas en extinción- y la suegra FMI, una vez más, no tienen razón. El mensaje parecía creíble, aunque tenía un dejo de precipitación, pero igual se bajó la línea ideológica y se activó el aparato de propaganda.
Varios funcionarios juniors del área económica del régimen salieron a repetir el mantra del blindaje. Pero, nuevamente un viejo dicho popular se hizo carne y verbo: No hay peor ciego ideológico que aquel que no quiere oír. Mirarse el espejo de las autoalabanzas no es una buena práctica. El reflejo puede revelarse.
En efecto, como muchas veces a lo largo de estos nueve años, la terca realidad de los hechos económicos desarmó la teoría del blindaje. Tan sólo después de dos meses del discurso triunfalista, se bajó la guardia y se aceptó el equivoco. El crecimiento económico sólo será del 5%, la inflación llegará a 5,5% y el déficit público alcanzará al 4,1%.
Qué bueno que reconocieron los errores de predicción, aunque, como en otras oportunidades, le echaron la culpa a un tercero, ahora es el sector privado, que no estaría invirtiendo, ni a la velocidad suficiente ni en los montos requeridos.
Este comportamiento más conservador de los inversionistas puede tener razones valederas: 1) una política salarial distribucionista, que ignora los desafíos de la productividad y ha producido una explosión de costos; 2) un tipo de cambio real apreciado que fomenta la competencia desleal de las importaciones y el contrabando. Y 3) un fomento importante desde el Estado a la informalidad, penalizando al sector privado formal.
En este contexto, la acusación de no inversión parece repetir un libreto de otras latitudes caribeñas, donde la crisis económica es resultado de una conspiración y no de malas políticas públicas.
Si a fin de año el crecimiento de la economía es menor al 5%, apuesto doble contra simple que el culpable será el imperio, quien, entre paréntesis, está implementando una política exterior torpe para América Latina, ofreciendo de bandeja papita pa ra los loros revolucionarios.
El retroceso en la predicción súper optimista, cuando aún se estaba en las preliminares y se amenazaba con un desempeño antológico de tigre andino, tiene sus consecuencias. Puede crear una abolladura considerable en la credibilidad de la política económica.
Recordemos que las expectativas de personas y empresas están a flor de piel porque oyen, en el vecindario y en el mundo, tambores de tormenta económica. Estas idas y venidas con las cifras macroeconómicas levantan malos ánimos, acaban con los zapatos y alimentan el fuego de la incertidumbre.
Ahora bien, los gurús del oficialismo podrían aprovechar esta oportunidad de sinceramiento para ratificar la trayectoria que seguirá el tipo de cambio en el país, no sólo con declaraciones y sí con acciones que la respalden.
Prácticamente toda América Latina se ha visto obligada a realizar modificaciones en su política cambiaria. Además, el dólar se ha fortalecido respecto a varias monedas en el mundo, en especial frente al euro. En este contexto, existe mucha gente nerviosa sobre el futuro comportamiento del precio del dólar en Bolivia.
Hasta la fecha se ha afirmado que no habrán modificaciones en el tipo de cambio. En este ámbito se requiere administrar con inteligencia y serenidad la credibilidad, buena parte de la estabilidad financiara se encuentra anclada en esta variable. Aquí no vale decir una cosa ahora y en dos meses modificar la proyección.
El súper ciclo de precios de las materias primas ha llegado a su fin. Una contracción de ingresos de exportación están en curso. Estos hechos fueron mencionados, en repetidas ocasiones, por analistas económicos y organismos internacionales. También se alertó que la caída de los precios de las materias primas tendría consecuencias sobre el crecimiento económico.
La respuesta de los sacerdotes del poder fue unánime y soberbia. La economía nacional está blindada contra los sucios ciclos del capitalismo. Al nuevo modelo económico no se le mueve un pelo porque se basa en el mercado local. Además, se cuenta con reservas internacionales de más de 15.000 millones de dólares del Banco Central de Bolivia para hacer frente a un posible invierno financiero.
El optimismo macroeconómico se tradujo en el Presupuesto General de la Nación de 2015. Crecimiento del producto de 5,9%, inflación del 5%, déficit público de 3,6%, inversión pública récord de 6.000 millones de washingtones. Además se mencionó que en otras ocasiones el precio del petróleo también había bajado y los timoneles de la política económica habían capeado la tormenta sin despeinarse. Con solemnidad se pontificó: la crisis internacional no llegará a las cumbres de la revolución.
Los opinadores locales -aves ponzoñosas en extinción- y la suegra FMI, una vez más, no tienen razón. El mensaje parecía creíble, aunque tenía un dejo de precipitación, pero igual se bajó la línea ideológica y se activó el aparato de propaganda.
Varios funcionarios juniors del área económica del régimen salieron a repetir el mantra del blindaje. Pero, nuevamente un viejo dicho popular se hizo carne y verbo: No hay peor ciego ideológico que aquel que no quiere oír. Mirarse el espejo de las autoalabanzas no es una buena práctica. El reflejo puede revelarse.
En efecto, como muchas veces a lo largo de estos nueve años, la terca realidad de los hechos económicos desarmó la teoría del blindaje. Tan sólo después de dos meses del discurso triunfalista, se bajó la guardia y se aceptó el equivoco. El crecimiento económico sólo será del 5%, la inflación llegará a 5,5% y el déficit público alcanzará al 4,1%.
Qué bueno que reconocieron los errores de predicción, aunque, como en otras oportunidades, le echaron la culpa a un tercero, ahora es el sector privado, que no estaría invirtiendo, ni a la velocidad suficiente ni en los montos requeridos.
Este comportamiento más conservador de los inversionistas puede tener razones valederas: 1) una política salarial distribucionista, que ignora los desafíos de la productividad y ha producido una explosión de costos; 2) un tipo de cambio real apreciado que fomenta la competencia desleal de las importaciones y el contrabando. Y 3) un fomento importante desde el Estado a la informalidad, penalizando al sector privado formal.
En este contexto, la acusación de no inversión parece repetir un libreto de otras latitudes caribeñas, donde la crisis económica es resultado de una conspiración y no de malas políticas públicas.
Si a fin de año el crecimiento de la economía es menor al 5%, apuesto doble contra simple que el culpable será el imperio, quien, entre paréntesis, está implementando una política exterior torpe para América Latina, ofreciendo de bandeja papita pa ra los loros revolucionarios.
El retroceso en la predicción súper optimista, cuando aún se estaba en las preliminares y se amenazaba con un desempeño antológico de tigre andino, tiene sus consecuencias. Puede crear una abolladura considerable en la credibilidad de la política económica.
Recordemos que las expectativas de personas y empresas están a flor de piel porque oyen, en el vecindario y en el mundo, tambores de tormenta económica. Estas idas y venidas con las cifras macroeconómicas levantan malos ánimos, acaban con los zapatos y alimentan el fuego de la incertidumbre.
Ahora bien, los gurús del oficialismo podrían aprovechar esta oportunidad de sinceramiento para ratificar la trayectoria que seguirá el tipo de cambio en el país, no sólo con declaraciones y sí con acciones que la respalden.
Prácticamente toda América Latina se ha visto obligada a realizar modificaciones en su política cambiaria. Además, el dólar se ha fortalecido respecto a varias monedas en el mundo, en especial frente al euro. En este contexto, existe mucha gente nerviosa sobre el futuro comportamiento del precio del dólar en Bolivia.
Hasta la fecha se ha afirmado que no habrán modificaciones en el tipo de cambio. En este ámbito se requiere administrar con inteligencia y serenidad la credibilidad, buena parte de la estabilidad financiara se encuentra anclada en esta variable. Aquí no vale decir una cosa ahora y en dos meses modificar la proyección.
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