Monday, October 9, 2017

¿Nos sacaron o nos salimos del mapa de la competitividad?

Bolivia está fuera del mapa de la competitividad mundial. Con sorpresa se constata que el país no figura en el Reporte Global de Competitividad del periodo 2017-2018 elaborado por el Foro Económico Mundial. En el informe 2016-2017, la economía boliviana figuraba en el puesto 121 de 138 naciones. Ciertamente una posición muy baja cuando se considera la tomografía de la economía (restricciones estructurales e institucionales y desafíos microeconómicos).  Este hecho contrasta con los resultados macroeconómicos que, en la actualidad,  son sobreenfatizados por la lectura del oficialismo. No sé si nos sacaron o nos salimos de esta comparación internacional, pero el hecho es que la realidad económica, financiera y del mundo de los negocios se oscurece, lo cual es una mala noticia para investigadores o hacedores de políticas públicas que trabajan y proponen soluciones a base de estos datos. 
 
 Además, la competitividad económica es un concepto que prácticamente ha desaparecido de nuestro debate. Una visión obtusa de la realidad nacional considera ésta una aproximación neoliberal. Entre tanto, cabe aclarar que esta es una miopía ideológica. Conocer los niveles de competitividad permite a las naciones notar sus desafíos de productividad; es decir, ver qué actividades o sectores requieren hacer, de mejor o de manera diferente, sus procesos, productos y servicios.
 
 Economías más competitivas son más productivas, crecen de modo más sostenible  y, de esta manera, satisfacen las necesidades sociales, políticas y medioambientales de su población. Hablar de competitividad implica un  abordaje de desarrollo integral.   
 
 Son muchos factores los que determinan la competitividad de un país y existen varias metodologías para medirla. El reporte que comentamos se enfoca en indicadores que fomentan el crecimiento económico, la eficiencia en la economía y la innovación en el aparato productivo. El Foro Económico Mundial también elabora reportes sobre capital humano y avances sociales. Como toda metodología, tiene sus limitaciones, pero tal vez su gran virtud es que se la aplica desde hace varios años (2004) y en muchos países, lo que permite la comparación temporal y entre naciones. 
 
 El Índice de Competitividad incluye indicadores tradicionales como el desarrollo institucional y de infraestructura, la evolución del contexto macroeconómico, la situación de la salud y la educación, todo lo anterior vinculado a la evolución de los factores productivos que afectan a la economía. Para el tema de la eficiencia se toman en consideración: la calidad de la educación, la eficiencia de los mercados, el desarrollo financiero, entre otros indicadores de desempeño. 
 
 Algo relativamente nuevo  son los temas de la innovación y el emprendimiento. Aquí la medición se hace más compleja y desafiante, porque se trata de  evaluar  el valor de las ideas, la importancia de colaboración y el trabajo en equipo dentro de las empresas e instituciones públicas; la predisposición al cambio, la apertura de mente de la gente, la densidad de la  conectividad y, sobre todo, la capacidad de innovación y el valor de un espíritu emprendedor. Además, se intenta tener una noción de la calidad del ecosistema que promueva la creatividad. Buena parte de la medición de este tipo de competitividad tiene que ver con los desafíos de la nueva revolución industrial. 
 
   Concentrémonos en el rol que juega la innovación en la competitividad. Competitividad no es vender más barato, es hacer las cosas mejor y más rápido, pero, muchas veces esto no es suficiente, porque se puede hacer las cosas bien, pero puede ocurrir que los salarios y, por ende, los costos suben y esto no compensa el diferencial de calidad.  Es muy difícil hacer productos más baratos que los chinos y de mejor calidad que los alemanes, por ejemplo, pero aún así hay la alternativa de hacer cosas distintas de los demás. En el largo plazo, la competitividad no se basa en los costos sino en la creatividad y en la innovación. 
 
 Ahora bien, la innovación no es un monopolio  de países ricos que invierten mucho en investigación y desarrollo, ni tampoco es un sinónimo de máquinas o computadoras. Pueden ser formas de organización de empresas, modelos de negocios  o emprendimientos sociales  novedosos. Las grandes innovaciones provienen de los creativos y de los emprendedores, que son responsables del 92% de las grandes ideas y negocios. Sólo el 8% provienen de científicos o universidades. En el primer caso el Cirque Du Soleil, Uber, Facebook, Zara, Ikea, Banco Sol y otros casos nacionales.  Pero si lo que es imprescindible para que la innovación genere competitividad es un Estado emprendedor. Sí, leyó correctamente, se requiere de la acción pública que debe asegurar, a cualquier persona que tiene  ideas creativas, las condiciones para convertir éstas en emprendimientos empresariales y sociales. En otras palabras, el Estado, nacional o local  puede ser el dínamo de un ecosistema para la competitividad, no siendo el único actor.
 
 Un ecosistema es un tejido social de actores e instituciones de diverso tipo que se articulan a través de las principales etapas de la creación de un emprendimiento. A saber: 1) Creatividad e innovación, donde interactúan universidades, centros de investigación, laboratorios, corporaciones y organismos públicos. 2) Emprendimiento, donde se articulan enseñanza, investigación aplicada, políticas públicas y tanto la experiencia como el talento empresarial. 3) Diversos tipo de financiamiento público y privado, como ser capitales ángel, semilla, de riesgo e inversión patrimonial.  
 
 Promover la innovación y por ende competitividad de una economía, sin medir las potencialidades y restricciones de diverso índole  es como trabajar en un cuarto oscuro. Por eso el hecho de que este año Bolivia no figure en el Reporte Global de Competitividad es una mala noticia para todos aquellos que no le tememos a la verdad de los hechos y los datos, justamente para poder cambiarlos.

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